La Vanguardia

Mario Draghi y Pedro Sánchez

- Enric Juliana

Los cambios políticos que se preparan en Italia van a tener impacto en España, como ya ha ocurrido en ocasiones anteriores. Para no remontarno­s a los años treinta y a la gran influencia del fascismo italiano sobre el falangismo español, podríamos recordar que los decisivos pactos de la Moncloa de 1977 se inspiraron muy directamen­te en la política de concertaci­ón social entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista Italiano durante la crisis del petróleo.

En los años ochenta, el dirigente socialista Bettino Craxi quiso ser el Felipe González italiano, y se estrelló. El banquero Mario Conde soñó con convertirs­e en el Silvio Berlusconi español en los años noventa, y también se estrelló. José María Aznar fue referente de la derecha italiana allá por el año 2000. José Luis Rodríguez Zapatero entusiasmó durante unos años a una izquierda italiana acomplejad­a ante el fenómeno Berlusconi. El gobierno tecnocráti­co de Mario Monti,

en buena medida impuesto por Bruselas en el momento más salvaje de la crisis del euro, preocupó mucho a Mariano Rajoy:

Monti tenía línea directa con el Directorio Europeo. Tiempo después, Rajoy y Matteo Renzi mantuviero­n una pésima relación. No ha sido así entre Pedro Sánchez

y Giuseppe Conte.

Desde el inicio de la pandemia, los gobiernos de España e Italia hicieron frente común, con la colaboraci­ón de Portugal, para obtener una generosa ayuda de la Unión Europea. Conte, outsider

en política europea, viajó en julio a Madrid para obtener el respaldo de Sánchez en la difícil negociació­n que se avecinaba. Una alianza de tal calibre entre ambos países no se había visto nunca desde el ingreso de España y Portugal en la Comunidad Económica Europea en 1986. Y ahora, en uno de esos grandiosos golpes de escena que solo la política italiana puede fabricar, llega Mario Draghi. El expresiden­te del Banco Central Europeo, el hombre que salvó el euro durante la pasada crisis económica, recibió ayer el encargo de formar gobierno después de una enrevesada crisis política animada por el exprimer ministro Renzi.

El florentino que no para nunca quieto ha liquidado a Conte, poniendo punto final a la precaria coalición entre el Movimiento 5 Estrellas y el Partido Democrátic­o, que podríamos definir de centroizqu­ierda, con incrustaci­ones populistas. Una coalición razonablem­ente europeísta, con buena amistad con China y Rusia, que necesitaba al pequeño partido de Renzi (Italia Viva) para sobrevivir. Puede que haya caído un gobierno de “apaciguami­ento social”, según definición del historiado­r Giaime Pala.

A Renzi se le atribuye un ego descomunal y, siendo eso cierto, hay que añadir que es un hombre político al cien por cien. Renzi acaba de matar al hombre que en el momento más crítico de la epidemia pidió ayuda a Rusia y China. Vladímir Putin envió un convoy militar medicaliza­do que cruzó Italia bandera al viento, poniendo los pelos de punta al cuartel general de la OTAN.DESDE hace meses se comenta en Italia que Renzi quisiera ser el nuevo secretario general de la OTAN.

Draghi debe obtener ahora la confianza del Parlamento. No le será fácil amasar una mayoría, pero la alternativ­a son unas elecciones y casi todos los partidos no las desean. Con Draghi al frente de Italia cambiará la ecuación del sur de Europa. La alianza de julio se desvanece. Cuando Pedro Sánchez acuda a las reuniones del Consejo Europeo se encontrará con un primer ministro italiano acostumbra­do a hablar de tú a tú con los hombres más poderosos del planeta. Las relaciones entre los dos países no tienen porque estropears­e pero serán distintas.

Entra Draghi en escena para hacerse cargo de la gestión de los

El nuevo gobierno que se perfila en Italia supondrá una presión extra para el Gobierno de España

fondos europeos (209.000 millones de euros) y afianzar la fidelidad atlantista de Italia en un Mediterrán­eo cada vez más convulso. Previsible­mente China y Rusia perderán capacidad de influencia en el país vecino.

Más complicida­d con el empresaria­do, más atlantismo y comunicaci­ón muy directa con Bruselas y Berlín. Eso significa mayor presión para el Gobierno de España, desde el exterior y desde el interior. Aumentarán los suspiros en favor de un Gobierno de concentrac­ión en España, donde un Draghi no es posible, primero porque no existe, y segundo porque el rey de España no tiene las potestades del presidente de la República Italiana.

Draghi en Italia y unas elecciones catalanas con un desenlace posiblemen­te muy complicado. Febrero puede complicarl­e la vida –todavía más– al único Gobierno de coalición de izquierdas en el sur de Europa.

 ?? STEPHANIE LECOCQ / EFE ?? Pedro Sánchez saluda a Mario Draghi en Bruselas, ante António Costa y Jean-claude Juncker (sentado)
STEPHANIE LECOCQ / EFE Pedro Sánchez saluda a Mario Draghi en Bruselas, ante António Costa y Jean-claude Juncker (sentado)
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