La Vanguardia

Rangún, villa de bodas y delirios

- Joaquín Luna

Guardo muy buen recuerdo de las ciudades delirantes donde manda el absurdo. ¿Cuál es la ciudad más delirante que ha visitado? Las mías son Pyongyang y Rangún, que encima siguen en sus trece.

Lo de Rangún era y sigue siendo una pena. El despropósi­to. Pasé una semana como turista ful –vetaban a periodista­s– tras la concesión en 1991 del Nobel a Aung San Suu Kyi, cuya altivez oxfordiana sedujo a medio mundo (aún me cautiva). Confinada en su mansión del 58 de University Road, desafiaba a unos militares feos y bajitos. Hasta hoy.

Como Calcuta, Rangún es una reliquia victoriana. Edificios de ladrillo decrépitos, cables tendidos y fachadas de palacios del cinema con carteles gigantesco­s en cuyas butacas debieron de sentarse Neruda y Orwell, residentes ilustres en los tiempos cosmopolit­as de Rangún.

Desde 1962, vivían bajo el “socialismo a la birmana”. ¡Mira que les costó a tantos intelectua­les reconocer el fracaso flagrante del socialismo caribeño, coreano o indochino!

Me alojaba en el mejor hotel, el Inya Lake, regalo soviético, donde cada mediodía celebraban banquetes nupciales de posibles. Comida de alta mediocrida­d y el espectácul­o muy entretenid­o. ¡Eso eran bodas: no los divorciaba ni Dios! Había otro comensal occidental que resultó ser un capitán mercante griego que contrataba tripulacio­nes y sostenía que los birmanos eran buenos pero menos que los filipinos.

El Inya Lake tenía un ostentoso libro de firmas de honor en el vestíbulo donde todo quisqui se ciscaba en el mal servicio, las tarifas y el desinterés de los empleados.

Todo cuartelero y burocrátic­o, de ahí que en el Museo Nacional impedían el paso a los contados turistas, a los que remitían a una lejana oficina estatal para solicitar –no vender– la correspond­iente entrada.

Un anticuario me timó lo justo con una estatuilla budista de plata vagamente erótica, con la duda de si la requisaría­n en el aeropuerto. El guía oficial –un cantamañan­as– me tranquiliz­ó: esto lo arreglamos con unos kyats, otro detalle delirante porque había billetes de 45 y 90 kyats. El trámite aduanero fue de traca. Retuvieron mi maleta, me hicieron pasar a la zona de embarque para adquirir en el duty free una botella de Johnnie Walker etiqueta negra y volver para dejarla olvidada.

Algo me dice que en Rangún, desposeída de su capitalida­d en el 2005, la vida sigue igual.

¿Cuál es la ciudad más

delirante que ha visitado? Las mías son Pyongyang y Rangún

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