La Vanguardia

Los yemeníes esperan que Biden fuerce ya a Riad a negociar la paz

- JORDI JOAN BAÑOS Estambul. Correspons­al

No ha estallado la paz, pero algo se mueve en Yemen después de que Joe Biden repitiera anteanoche como presidente lo que ya había prometido en campaña. EE.UU. va a dejar de apoyar una guerra sin visos de cambio pero que, tras seis años, ha convertido al más pobre de los países árabes en una catástrofe humanitari­a.

El candidato Biden amenazaba con convertir a Arabia Saudí “en un Estado paria”, tras el descuartiz­amiento del periodista Jamal Khashoggi, que según la CIA solo pudo ordenar el príncipe heredero saudí. Ahora, la esperanza de paz en Yemen descansa antes en la capacidad de Washington de forzar a Mohamed bin Salman a entablar negociacio­nes que en la presencia de armas de EE.UU.

Riad, de todos modos, está más inclinado al compromiso desde que los hutíes –sometidos a bombardeos frecuentes por parte de la moderna maquinaria de guerra saudí– volaran dos refinerías del reino con enjambres de drones.

Sin embargo, Donald Trump puso una última mina a la paz, tras perder las elecciones, al rebajar a los hutíes a la categoría de “organizaci­ón terrorista”.

Sin olvidar que este conflicto, que ha provocado un cuarto de millón de víctimas, según la ONU, fue escalado por el propio Bin Salman cuando era apenas ministro de Defensa.

Riad presenta al movimiento Ansaralá –nombre oficial de los hutíes– como poco menos que una creación de Irán. Pero en realidad se solapan con la élite zaidí –chiíes sui géneris– que tradiciona­lmente ha dominado el norte del Yemen cuando no todo el país. Bajo los zaidíes viven ahora el 70% de los yemeníes, incluida la capital, Saná, tras apropiarse de los cuadros de su aliado –y luego víctima– Ali Abdala Sala.

El apoyo de Teherán es real, pero discreto. Ínfimo en comparació­n con la intervenci­ón saudí y emiratí. En el gran plan iraní, en comparació­n con Siria o Irak, los hutíes son moneda de cambio.

Mientras, el 80% de su gente malvive de la ayuda humanitari­a, por el bloqueo de la coalición capitanead­a por Arabia Saudí, el Gobierno de Yemen reconocido por la ONU vive instalado en un hotel de Riad. La mala salud de su presidente, Abed Rabo Mansur Hadi, no mejora al ver su último feudo, Marib, bajo presión hutí.

Estos, por su parte, aun ganando la guerra, llevan años sin poder pagar a los funcionari­os. Mansur Hadi tampoco lo hace.

Mientras, Abu Dabi ha salido de la coalición (aunque no de la isla de Socotora) dejando en Adén una milicia separatist­a que no resucitará el Yemen del Sur, pero que pondrá coto a las veleidades saudíes de hallar una salida al mar Arábigo. Socios sui géneris. “La diplomacia ha vuelto”, ha declarado Biden. Y para probarlo ha mandado a Yemen a un veterano, Timothy Lenderking.

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