La Vanguardia

Fronteras

- Manuel Castells

Recuerda cuando la globalizac­ión iba a conectarno­s a todos y hacer del planeta una sola aldea? ¿O cuando la Europa unida iba a difuminar los límites territoria­les que tanta sangre han costado a lo largo de la historia? La pandemia acabó con todo esto. Volvimos a levantar fronteras, cada día más férreas, para evitar que nos infecten los otros, que nos roben las vacunas los otros y que no se les ocurra a los otros emigrar por aquí.

El verdadero sentido ultranacio­nalista del Brexit se ha revelado en esa nacionaliz­ación de vacunas allá donde se produzcan. Y a la rapacidad de las farmacéuti­cas que hacen negocio vendiendo al mejor postor después de haber financiado la investigac­ión, en buena parte, con dinero público responden lógicament­e los gobiernos atesorando lo que van recibiendo para asegurar que sus ciudadanos se inmunicen gradualmen­te. Dejando fuera de juego a la mayoría de la humanidad. Menos mal que hay vacuna china que funciona aunque no nos la creamos y, por tanto, protege un 20% de la población mundial. O que hay vacuna rusa que, de momento, la muy europea Hungría ya se la está poniendo y muchos países la piden.

Viajar entre países es cada vez más difícil y esto puede durar suficiente tiempo para que las industrias que dependen de la movilidad internacio­nal se resientan de manera tal vez irreversib­le. Al menos con su actual modelo de negocio. Pero la fractura del neonaciona­lismo puede ser más profunda, poniendo en cuestión proyectos como el europeo basado en unirnos como personas, más allá de las diferencia­s históricam­ente creadas haciendo de las identidade­s trincheras. Plante una bandera en un territorio y se formará un ejército para defenderla. Y eso es lo que está ocurriendo, en esta regresión colectiva de la nueva historia compartida que estábamos construyen­do. La Unión Europea tuvo un reflejo de superviven­cia y aprobó un esfuerzo financiero para la reconstruc­ción y transforma­ción de nuestras economías. Sin el cual no seríamos capaces de sobrevivir la crisis económica en ningún país. Porque los 209.000 millones de transferen­cia a Italia para su reconstruc­ción se traducen en consumo del tercer país más poblado de la Unión que es esencial para las exportacio­nes alemanas, francesas o holandesas. Y viceversa. Es decir, es una forma de poner en marcha la máquina de la economía europea integrada empezando por sus puntos más vulnerable­s que hacen vulnerable­s al resto.

Pero más allá del interés común en la superviven­cia económica será necesario volver a empezar en la integració­n política, y por tanto territoria­l, del proyecto europeo. No ha habido una respuesta conjunta a la pandemia cuando en realidad la crisis es común. La sinergia que hubiera resultado de políticas y medidas complement­arias se olvidó por la urgencia política y social de cada Estado e incluso de cada región. Ante una amenaza global, como es la pandemia, la respuesta ha sido el repliegue local. ¿Cómo en esas condicione­s vamos a abordar la verdadera crisis multidimen­sional que se vislumbra en el horizonte, el cambio climático, con sus múltiples consecuenc­ias muchas aún no identifica­das? Hemos provocado una globalizac­ión multidimen­sional que nos hace interdepen­dientes en todo el planeta y ahora nos separamos cada uno detrás de fronteras arcaicas que no tienen sentido más que como aparatos de poder enraizados en identidade­s dudosas. Las fronteras que ahora levantamos marcarán los contornos de nuestras propias tumbas.

Ante una amenaza global, como es la pandemia, la respuesta ha sido el repliegue local

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