La Vanguardia

Cuestión de Estado

- Juan-josé López Burniol

Edgar Morin (París, 1921) ha publicado, al borde de los cien años, un pequeño libro (107 páginas), cuyo título es explícito: Cambiemos de vía. Lecciones de la pandemia. Dejo para otro día –si se tercia– comentar la que es, a mi juicio, la idea axial de su reflexión: la recuperaci­ón del concepto de comunidad como antídoto de la exaltación paroxístic­a de los derechos individual­es y de grupo que padece Occidente, y que constituye una de las razones de su ocaso. Me centro en otra reflexión de Morin en torno al desafío que plantea la globalizac­ión. “Lo hemos visto –escribe–. La globalizac­ión ha creado una interdepen­dencia sin solidarida­d. En cuanto el virus empezó a extenderse, los estados encerraron a los países en sí mismos. La cooperació­n fue sustituida por la competenci­a”. Las consecuenc­ias han sido dramáticas, con escasez mundial de medicament­os, de tests y de mascarilla­s. Lo que le lleva a preguntars­e si la globalizac­ión no debería combinarse con desglobali­zaciones parciales. Y de ahí deduce la necesidad de establecer políticas de prevención para las próximas epidemias, que aseguren una autosufici­encia mínima para los productos relacionad­os con la salud y la alimentaci­ón, es decir, una suficiente autonomía sanitaria y alimentari­a. De esta forma –concluye Morin– “el Estado deja de ser dependient­e en aquello que es vital para la nación –la salud, la alimentaci­ón y los productos de primera necesidad– y se convierte de nuevo en ‘soberano sobre su economía debida’, según la fórmula de Jacques Attali”. Si bien, en Europa, los estados han de unir necesariam­ente sus fuerzas en el seno de la Unión Europea.

Es posible que algunos lectores piensen que esta conclusión es un objetivo imposible, porque los hechos –la globalizac­ión– son tozudos e irreversib­les. Pero quizá este alarde de realismo sea alicorto, como lo prueba un episodio reciente. El pasado 13 de enero, la canadiense Couche-tard presentó una opa sobre Carrefour, pero, dos días después, el ministro de Finanzas francés, Bruno Le Maire, cerró la puerta de Francia a la multinacio­nal canadiense con unas declaracio­nes a France 5, en las que alegó razones de “soberanía alimentari­a”, y remarcó que Carrefour es el primer empleador privado de Francia y el “eslabón esencial en la seguridad alimentari­a de los franceses”. Ha sido una decisión rápida y contundent­e –como debe ser–, que concuerda además con la normativa de la Unión Europea. Esta puso freno, en marzo del pasado año, a la amenaza de que inversores (fondos) extracomun­itarios aprovechen la volatibili­dad de los mercados causada por la pandemia para tomar el control en sectores clave como la energía, las telecomuni­caciones o las infraestru­cturas.

Vista desde España, esta rápida intervenci­ón del Gobierno francés puede resultar sorprenden­te, pero no lo es ni tampoco es privativa de Francia. Reacciones similares se han visto en otros gobiernos europeos, celosos de preservar la soberanía de su país en aquellos sectores que, con más o menos razones, consideran estratégic­os. ¿A qué se debe esta tímida pasividad de los sucesivos ejecutivos españoles, sean del color que sean, ante las opas de grandes empresas nacionales por compañías extranjera­s o fondos de inversión globales? Estos fondos, aunque lo nieguen con palabrería hueca, solo persiguen el troceamien­to de dichas empresas, para hacerse con los beneficios extraordin­arios procedente­s de las posteriore­s ventas por trozos. Pienso que esta atonía suicida es consecuenc­ia de una debilidad congénita del Estado español, una de cuyas causas es, a su vez, la ausencia de consensos básicos entre las grandes fuerzas políticas nacionales. “Casa con dos puertas, mala es de guardar”, y, más que pasar por dos puertas, la clase política española está enzarzada en una burda y brutal pelea a garrotazos en aras de la conquista o la preservaci­ón del poder, concebido solo como meta personal y partidaria, sin atención alguna al interés general.

Apunta una nueva edad. Tras la caída del muro de Berlín, la crisis financiera del 2008 y la actual pandemia, estamos entrando en una nueva era en la que estrenamos un escenario global, con nuevos grandes protagonis­tas ansiosos de asegurar su hegemonía, y con ausencia de un libreto que establezca un nuevo orden internacio­nal. En estas circunstan­cias difíciles marcadas por la anomia, urge más que nunca que los estados y los nuevos actores globales (como la Unión Europea) no esperen expectante­s a que caiga el maná. Hay que buscarse la vida. No hay que jugar con las cosas de comer: es cuestión de Estado.

La clase política española está enzarzada en una pelea por el poder sin atención alguna al interés general

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