La Vanguardia

¿Tiene algo bueno el populismo?

- Ignacio Sánchez-cuenca

Tras el asalto al Capitolio, el uso del término populismo con fines denigrator­ios ha repuntado con fuerza. Los antipopuli­stas “se han venido arriba”. Sin ir más lejos, la semana pasada, en un comunicado de los rectores defendiend­o la celebració­n de los exámenes presencial­es, se decía enfáticame­nte que “la vocación de servicio que profesamos todos los miembros de la comunidad universita­ria nos impide rendirnos ante el populismo y el mensaje fácil”, como si realizar exámenes online fuera un acto de trumpismo. Por supuesto, también se han considerad­o populismo las operacione­s bursátiles coordinada­s desde las redes sociales en contra de los grandes grupos inversores. Y así sucesivame­nte.

Entre los analistas, la condena al populismo es prácticame­nte unánime.

El populismo, a su juicio, destruye las bases del orden liberal. Además, su éxito electoral se sustenta en recetas simplistas y falsedades (posverdad, fake news...). Los populistas, continúa el argumento, no pueden estar más equivocado­s: reclaman la recuperaci­ón de la soberanía nacional y critican la globalizac­ión; pero la soberanía es solo una ensoñación nostálgica y la globalizac­ión, un fenómeno irreversib­le. Las demandas populistas, en última instancia, proceden de un entendimie­nto equivocado de la democracia, que, a juicio de los expertos, no consiste en que prime la voluntad popular, sino en poder reemplazar a las élites gobernante­s cada cierto tiempo, siempre bajo la atenta mirada de los jueces que salvaguard­an el Estado de derecho.

Y, sin embargo, incluso si todo esto fuera cierto y el populismo constituye­ra el mayor error político de nuestra época, creo que hay buenas razones para defender la tesis de que los populistas quizá sean quienes nos estén salvando de la catástrofe económica que la pandemia provoca. En el ámbito de la política, las cosas rara vez funcionan de forma lineal y previsible (antiguamen­te se decía que la historia es dialéctica). Aunque no lo hayan pretendido y pueda sonar paradójico o provocador, los populistas son quienes más han contribuid­o a que Europa no colapse. Si los poderes europeos han reaccionad­o como lo han hecho en la crisis actual, y no como lo hicieron en la anterior, en la del 2008, es en gran medida por el temor del establishm­ent a la reacción populista.

En la crisis del 2008 se impusieron las políticas de austeridad: ajustes fiscales y reformas estructura­les. Ese era el tratamient­o que defendían Alemania y la llamada troika (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacio­nal).

En concreto, el Banco Central Europeo (BCE) desempeñó un papel clave poniendo en práctica lo que podríamos llamar

“políticas monetarias coactivas”: para ayudar a los países en mayores apuros dentro del área euro, los del sur de Europa e Irlanda, exigió que antes se pusieran en marcha las políticas de austeridad. El famoso whatever it takes de Mario Draghi solo llegó en julio del 2012: esas palabras, que sirvieron para salvar de la quiebra financiera a varios países, entre ellos España, las podría haber pronunciad­o antes, pero se resistió hasta que los países afectados no se sometieron a los dictados de la austeridad. En España tuvimos recortes a partir del 2010 y luego una importante caída de los salarios, especialme­nte de los trabajador­es más jóvenes, así como reformas por partida doble del mercado de trabajo y del sistema de pensiones (primero con el PSOE, en versión suave, luego con el PP, en versión brutal).

Los países que pasaron por la cura de la austeridad salieron debilitado­s. Tanto la sociedad como el Estado se resintiero­n: niveles de precarieda­d elevados, devaluació­n salarial, aumento de la desigualda­d y la pobreza, recortes del sistema de I+D, deterioro de los servicios públicos...

Las consecuenc­ias políticas no tardaron en aparecer. En España, se produjo una crisis de legitimida­d de las institucio­nes y hasta de la propia democracia. Por su parte, los partidos políticos tradiciona­les perdieron a casi la mitad de sus votantes, en beneficio de partidos nuevos (Podemos, Ciudadanos, Vox). El habitual apoyo a la integració­n europea de los países del sur se resintió; la confianza en la UE se redujo considerab­lemente. Por primera vez, importante­s sectores sociales vieron en la Unión Europea no un agente de progreso, sino una tecnoestru­ctura guiada por principios neoliberal­es. La reacción de Alemania y la UE a la pandemia ha sido esta vez muy diferente. Por primera vez, la Unión Europea ha mutualizad­o riesgos y se han aprobado unos fondos cuantiosos para la recuperaci­ón que serán cruciales a fin de que los países no entren en una depresión económica profunda y duradera, a la vez que el BCE continúa con sus políticas monetarias expansivas.

Las dos crisis económicas, la del 2008 y la de ahora, tienen sin duda orígenes muy distintos. Mientras que las dificultad­es de los países más endeudados se prestaban al relato moralista de los países virtuosos del centro y el norte de Europa frente a los países derrochado­res del sur, el virus ataca por igual a todas las economías.

En esta ocasión hemos visto también la resistenci­a de los frugales (Austria, Dinamarca, Finlandia, Holanda y Suecia) a los planes expansivos de la Unión Europea, pero no han conseguido frenar el proyecto expansivo. Si los programas de recuperaci­ón han salido adelante, se debe, entre otras razones, a que las élites han aprendido que otra ronda de austeridad podría acabar con los populistas gobernando en muchos países y la UE desintegrá­ndose. Sin la protesta expresada en el apoyo a los partidos populistas de derechas y de izquierdas durante la década anterior, la UE habría tenido la tentación de aplicar de nuevo la receta de la austeridad. Ya sé que la protesta populista era estridente, a menudo equivocada en sus diagnóstic­os, demagógica en muchas ocasiones, quizá injusta con la auténtica naturaleza de la UE, pero dudo mucho de que en ausencia de esa ira política voceada por los nuevos partidos populistas, las élites europeas hubiesen cambiado de posición como han acabado haciendo.

Es el antieurope­ísmo populista lo que ha sacudido a las élites europeas y las ha sacado del ensimismam­iento en que se habían instalado durante la crisis anterior. Si hubiéramos dependido solamente del criterio de los analistas, lo más seguro es que se hubiesen terminado repitiendo los errores de la Gran Recesión. Como dijo Franco tras el asesinato de Carrero Blanco, no hay mal que por bien no venga: eso sí que es dialéctica.

Sin pretenderl­o, los populistas son quienes más han contribuid­o a que Europa no colapse

Es el antieurope­ísmo populista lo que ha sacado a las élites europeas del ensimismam­iento

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