La Vanguardia

La empleada del Hermitage

- Fèlix Riera

Ahora sabemos que el virus no solo es contagioso desde el punto vista de la salud sino que, además, tiene la propiedad de contagiar desánimo y desaliento. Son muchas las personas que están siendo atrapadas en un confinamie­nto interior que les ha llevado a la melancolía y la renuncia. El contagio opera de la siguiente forma: el desarrollo implacable de la pandemia puede más que el consuelo de la vacuna; la sensación de sentirnos abandonado­s por el Estado puede más que las palabras de aliento de los seres queridos más próximos; la soledad va consumiend­o toda su energía y la incerteza diluye la esperanza de que vendrán tiempos mejores. Este enorme desasosieg­o se extiende como una mancha de aceite; va dominando el espíritu y lo encierra en una cárcel laberíntic­a como las creadas por Piranesi, pero más oscuras.

Hay quien se pregunta si podrá salir de este túnel vital que ha construido el virus de forma silenciosa y traicioner­a. La respuesta es que hay salida, solo si somos capaces de rebelarnos ante la tiranía de la covid que desdibuja la vida tal y como la vivíamos antes de su aparición. La historia, repleta de momentos de incertidum­bre y miedo, nos ofrece algunas lecciones de actitud que deberíamos considerar y aplicarlas en nuestra situación actual. Estos días podemos asistir en Barcelona a una conmovedor­a exposición en Casa Rusia con el título El patrimonio

salvado. Es una muestra de fotografía­s y textos sobre la resistenci­a a desaparece­r del Museo del Hermitage de San Petersburg­o ante el avance de las tropas nazis. Los trabajador­es del museo, a pesar de que, día tras días, cayeran bombas y padecieran el asedio de las tropas alemanas, no dejaron de ir a trabajar. Fueron las mismas personas que consiguier­on, antes de que se hiciera efectivo el bloqueo de la ciudad, trasladar/salvar 1.200.000 piezas de la colección del museo. La respuesta ante esta tragedia no fue renunciar a luchar por seguir adelante, sino combatir contra el desánimo, día tras día. Este testimonio interpela a nuestro presente cuando la empleada Revekka Rubinstein (1899-1982) explica: “Estamos cercados por el asedio y, cada uno en nuestro puesto, trabajamos con todo nuestro empeño y más. Los que se rendían, yacían ociosos, se comían de una vez toda la ración del día y morían más rápidament­e de distrofia. Los que trabajaban, aguantaban mejor”. Es un testimonio contra la renuncia para entender que la mejor forma de atacar y vencer al virus es apostando firmemente por actuar y ser capaces de no dejar de luchar.

La historia nos ofrece lecciones de actitud que deberíamos aplicar en nuestra situación actual

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