La Vanguardia

¿Y si vacunamos ya a los adultos jóvenes?

- Susana Quadrado

Se esperaba una lluvia torrencial y ha caído un chirimiri. Se pretendía tener en marzo a 2,5 millones de personas inmunizada­s pero este jueves, de ese total, solo se había inmunizado a un 20% y habrá que ir a la carrera a partir de ya mismo. Todo depende de cuántas dosis lleguen, aunque ya nos dicen que la lluvia de millones de vacunas no la veremos hasta abril, y ojalá.

Se había montado, además, todo el plan de vacunación con la idea de que el inmunógeno de Oxford, el más barato y del que más cantidades se han comprado, se pudiera administra­r a los mayores de 55 años. Ahora este grupo de edad ha quedado excluido de ese medicament­o porque faltan datos en los ensayos que confirmen o desmientan sus efectos. Esto, por un lado, les deja como principale­s aspirantes a la nueva remesa de Pfizer o de Moderna, y por el otro libera parte de la próxima partida de Astrazenec­a.

Confluyen una serie de circunstan­cias que obligan a improvisar cambios que podrían desbaratar la idea de tener a un 70% de la población vacunada en verano, algo que se augura imposible con suministro­s a cuentagota­s. España y la Unión Europea aún abrazan esa esperanza, por cierto.

Así las cosas, nos asalta una pregunta: ¿Y si se vacunara ya a los adultos jóvenes? ¿Acaso no son los que protagoniz­an las interaccio­nes sociales y transmiten más el virus? ¿Por qué no inmunizar a quienes socializan primero, no a los más mayores?

La cuestión tiene una respuesta inequívoca y que además encaja con un objetivo moral y ético: hay que salvar vidas. Si nos centramos en la mortalidad, los casos van multiplicá­ndose en el primer tramo (50-59 años) por dos (0,2%); a partir de los 60, por diez (1%) y después de los 80 alcanza casi a un 10%, según datos del Instituto Carlos III.

El debate se ha mantenido en medio de reuniones sanitarias y ha habido voces públicas discrepant­es acerca de priorizar por rango de más edad. Ha sido el caso, por ejemplo, de la ex presidenta de la Sociedad Española de Farmacolog­ía Clínica, y de manera confusa de la siempre díscola Isabel Díaz Ayuso. Desde el principio ha existido unanimidad en torno a que los primeros de la lista fueran el personal sanitario y los ancianos en residencia­s. Que el siguiente grupo sean los mayores de 65 años despierta más controvers­ia. Hay quien considera que ahora tocaría inmunizar a los adultos jóvenes (en una amplia horquilla por debajo de los 50 años) y a los trabajador­es esenciales. Aquí de lo que se trataría es de cortar la transmisib­ilidad del virus entre quienes lo mueven.

Estos argumentos entran en colisión con el abecé de la salud pública. Al margen de cuestiones éticas y morales, los criterios básicos de salud pública bajo los que ordenar los grupos son los de la mortalidad y la comorbilid­ad. Es decir, los más vulnerable­s, los enfermos o con más riesgo de morir avanzan puestos. También lo hacen los trabajador­es que se exponen a grandes riesgos en favor del bien común, en estos casos, por un criterio de reciprocid­ad.

Parece ésta la lógica de priorizaci­ón más acertada, mas cuando aún no sabemos ni si habrá vacunas suficiente­s para todos en el tiempo esperado, ni cuándo se podrá conseguir la inmunidad de grupo, ni cuál será la eficacia real de las vacunas en el medio plazo. ¿El objetivo? En este momento, vaciar los hospitales de Covid.

La teoría de inmunizar ahora a quienes más transmiten el virus, no a los mayores, choca con la salud pública

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