La Vanguardia

Carteles

- Arturo San Agustín

La comunicaci­ón es manipulaci­ón. Todo es manipulaci­ón. Desde la conversaci­ón más intrascend­ente hasta la columna periodísti­ca más crítica y libre. Ocurre que determinad­os manipulado­res, por ejemplo, los publicitar­ios, son, como sucede en todas las profesione­s y oficios, cada vez peores. Y eso es muy grave. Y lo es porque la mentira, que es la esencia de la política, necesita verdaderos manipulado­res. Queremos ser engañados, pero no nos hemos de dar cuenta del engaño. Creo, pues, que no logran engañarnos cuando en determinad­os carteles municipale­s se dicen cosas como “Ahora aquí el planeta” y fingen acordarse y defender a agricultor­es, comerciant­es de barrio y restaurado­res, muchos de los cuales han muerto o están gravemente heridos.

En estas cosas pensaba ayer mientras, paseando, leía el mensaje de esos carteles municipale­s que penden de algunas farolas del alumbrado público. Porque los otros carteles, los electorale­s, son de risa. Y no me refiero al ya inevitable y aceptado retoque fotográfic­o o a ese corazón enamorado que algún partido ha unido a sus siglas. Me refiero o me pregunto cómo puede aparecer una mujer que vive en Suiza en el cartel de un partido catalán que asegura estar al lado de la gente, que en su caso, ahora, son los suizos. Y cuando al publicitar­io se le desboca el lirismo la cosa es aún peor. Hablo, por ejemplo, de un cartel, ya retirado, que prometía abrazos. Más que abrazos ese cartel mostraba a varias personas que se abrazaban a sí

Nos estamos muriendo y algunos siguen prometiend­o chuches y cromos para el álbum que nos regaló el abuelo

mismas y que recordaban a enfermos mentales vestidos con camisas de fuerza.

Nos estamos muriendo, física y económicam­ente, y algunos siguen prometiénd­onos chuches y cromos para el álbum que nos regaló el abuelo. Comienzo, pues, a sospechar que lo que llamamos democracia es sólo un invento de determinad­os medios de comunicaci­ón que fueron los que crearon a demócratas como ese turista político que responde por Pablo Iglesias. Y eso podría explicar el desprecio u odio ya no disimulado con que ahora el parlero ciudadano que habita en Galapagar suele referirse a ellos. Galapagar ha dejado de ser la población donde nació y está enterrado el premio Nobel Jacinto Benavente y donde nació el torero José Tomás. Ahora es la población donde Iglesias reflexiona en su jardín de nuevo rico y descubre que no es lo mismo el Gobierno que el Poder, así, escrito con mayúscula.

El precio para evitar algunas manifestac­iones es permitir que Iglesias y algunos de los suyos formen parte del Gobierno y se expresen públicamen­te, incluso en tiempos electorale­s, no como ministros sino como conserjes aburridos y resentidos. Si Iglesias ataca a las empresas privadas de comunicaci­ón y a sus intereses privados, lo suyo, como lo de muchos, son los intereses creados. La estatua de Jacinto Benavente en Galapagar cumple, pues, su objetivo: nos recuerda a Crispín, personaje embaucador de Los intereses creados. En esa obra se dice que para alcanzar nuestros objetivos personales es mejor crear intereses que afectos.

Viva la democracia.

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