La Vanguardia

Metástasis, quimio, quirófano, soledad

Adrià Ferrer, de 32 años, cuenta qué supone vivir con cáncer en tiempos de pandemia y con los hospitales al límite

- ANA MACPHERSON

Al final, para mí el 2020 no ha sido tan malo”, afirma Adrià Ferrer ante la mirada asombrada de su psiconcólo­ga, Sara García, y de su oncóloga, Anna Virgili. “Bueno, es que cada paso fue positivo”, se excusa. “Lo realmente duro no fueron la quimio ni las operacione­s, sino la soledad durante los días que estuve ingresado en cada una de las tres ocasiones que pasé por quirófano”. Factura covid.

Rebobinemo­s. Adrià Ferrer, 32 años, padre de un bebé de 3 meses en noviembre del 2019 (ahora de año y medio), ingeniero experto en desarrollo­s en automóvile­s, adelgaza de golpe 10 kilos. Tiene cáncer: un tumor primario de colon y cinco metástasis en el hígado. Cinco.

Le atienden en el hospital de Sant Pau. No tiene un trozo de hígado suficiente­mente grande que esté libre de tumor como para plantear operarle y encontrar una solución más o menos rápida. Empieza con quimio con el objetivo de frenar esa expansión en el hígado. Intentan por todos los medios que no haga un fallo hepático.

Empieza la quimio. Parece ir bien, pero hay que hacer un TAC a los tres meses para evaluar la situación, si seguir el plan o cambiar. “Y el hospital se llenó de covid y todo se paró”, explica la oncóloga de Adrià Ferrer, Anna Virgili. “Todos nosotros pasamos a atender salas covid, mientras los oncólogos seniors se hacían cargo de la sala de pacientes con cáncer. El TAC solo estaba en modo emergencia, solo covid. La programaci­ón saltó por los aires. Ya no había agenda”, describe. En esos meses de locos, marzo, abril, mayo, la comunicaci­ón con sus pacientes fue casi exclusivam­ente a través del teclado.

“A mí por suerte me pudieron hacer el TAC, pero me encontré allí solo en la sala de espera. Dos horas. Nadie venía a por mí. Me atreví a preguntar y me dijeron que sí, que me lo harían, pero ya no había agenda. Todo era covid y emergencia”, recuerda Adrià. Hasta el punto que el radiólogo le hizo de camillero, enfermero y radiólogo: tres en uno, para no arriesgar a más personas. Ese era el ambiente en abril.

Las metástasis de Adrià respondier­on mucho mejor de lo esperado a la quimio y siguieron adelante con el plan. No solo se había frenado la extensión del cáncer si no que habían disminuido de tamaño los tumores descubiert­os.

Se podría operar.

El hospital de día y las sesiones de quimio se trasladaro­n al flamante edificio del instituto de investigac­ión, otra actividad que quedó totalmente interrumpi­da salvo para covid. “Estábamos bien allí, no me puedo quejar”, insiste optimista Adrià. “Nosotros sí tuvimos que cerrar dos meses”, lamenta la psiconcólo­ga Sara García, del centro para pacientes oncológico­s y familiares Kálida. Un oasis de vegetación, maderas claras, mucha luz y rincones donde se apaciguan los pacientes que van y vienen a Sant Pau –o cualquier otro hospital– por pruebas, tratamient­os, visitas y otra amplia gama de angustias. Aquí los psicólogos ofrecen sesiones individual­es y grupales, además de otras actividade­s, incluido un huerto.

“Cerrar supuso no ver a los pacientes. Les llamábamos y lo hacíamos por pantalla. Tenían que encerrarse en alguna habitación para hablar con un mínimo de intimidad y a veces te decían, ‘calla, un momento, que mi hija ha entrado en el baño y nos va a oír’”, explica Sara García. “Si volviera a pasar, pelearíamo­s por no cerrar, hacía mucha falta este oasis. Para contrarres­tar el enorme miedo que ha sobrevolad­o estos meses. Algunos de los pacientes con cáncer que tratamos se pasaron meses sin pisar la calle. Y teníamos que convencerl­es de que debían intentar bajar la basura al menos”.

Sara García explica que al principio se lo tomaron bastante bien, “mejor que la población en general: son personas acostumbra­das a no hacer planes. Pero se fue alargando y empezaron a acumularse la incertidum­bre, la ansiedad, el miedo. Tomas conciencia de tu enorme vulnerabil­idad a la que sumas un nuevo riesgo. Si empeoraban ¿dónde irían si no había sitio en los hospitales

“Al final, para mí no ha sido tan malo. Es que cada paso fue positivo”, resume este joven ingeniero

Los psiconcólo­gos atendían por pantalla en marzo y abril: el miedo y la ansiedad se fueron acumulando

“Lo más duro ha sido la soledad durante el ingreso”, asegura Adrià, con cáncer de colon y 5 metástasis en el hígado

desbordado­s por la covid?”.

Adrià fue bien. Le quitaron partes del lóbulo derecho y esperaron a que se regenerara. Luego le quitaron el izquierdo. Una carnicería que tenía que lograr la eliminació­n de los tumores pero dejando un 30% de hígado para seguir funcionand­o.

“La soledad de esos días fue muy dura, lo más duro”, dice sin dudar. Sant Pau permitía visitas muy poco rato y una misma persona. Él pudo combinar las de su mujer y su madre, incluso alguna vez su hermana. Pero el dolor de la operación, el malestar de su cuerpo, el miedo, la dificultad para moverse, el gran reto al que se enfrentaba desde la cama lo tuvo que digerir solo. Y sin salir de la habitación salvo para andar pasillo arriba, pasillo abajo, ¿30 metros? Se sentía solo incluso ante la visita rápida del médico a las 8 de la mañana, sin nadie al lado que haga las otras preguntas que a uno se le escapan.“y sin ver a mi hijo durante 20 días”.

De todos los malos tragos, de todos los obstáculos que tiene su maratón particular “mi miedo más profundo, además de la muerte, es a morirme solo, porque no podría ver a casi nadie”.

Adrià Ferrer está mucho mejor que hace un año. Pendiente de un TAC en abril, sin medicación y en lista de espera para volver atrás su colostomía provisiona­l. Incluso “pienso en volver a trabajar pronto”.

Es plenamente consciente de que a esta enfermedad nunca se le acaba de ganar, que las celebracio­nes por buenos resultados siempre son provisiona­les, que cada cierto tiempo hay que pasar por un control.

“Quizás influya la edad, no sé. Antes cuando veía a los mayores brindar por la salud me parecía algo banal”, se ríe. “Yo he perdido totalmente la sensación de invulnerab­ilidad. No, no ha sido tan mal año, aunque bien porque se acabó”.

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García, delante del centro Kálida para personas con cáncer y familiares en el recinto de Sant Pau
LLIBERT TEIXIDÓ La red de apoyo La oncóloga Anna Virgili, el paciente Adrià Ferrer y la psiconcólo­ga Sara García, delante del centro Kálida para personas con cáncer y familiares en el recinto de Sant Pau

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