La Vanguardia

Carismátic­o secundario

- Fernando García

Chritopher Plummer encarnaba como nadie ese personaje real de toda la vida que es el secundario con encanto. Y aunque eso otro del “eterno secundario” esté muy manido, lo cierto es que este gran intérprete de Sherlock Holmes en distintas versiones, del emperador Cómodo en La caída del imperio romano o del capitán Von Trapp en Sonrisas y lágrimas casi nunca triunfó como actor protagonis­ta. Y tanto se eternizó como actor de reparto que tuvo que esperar hasta los 82 años para que le dieran un Oscar en tal condición. No en vano se convirtió entonces, en el 2011, en el candidato de mayor edad en obtener la estatutill­a de Hollywood en la categoría. Y encima lo consiguió con una película titulada Principian­tes (Beginners, de Mike Mills). Al recibir el galardón, Plummer desplegó su mejor humor:: “Cuando nací ya estaba ensayando mi discurso de aceptación del premio de la Academia, pero fue hace tanto tiempo que, afortunada­mente para ustedes, ya lo olvidé”, dijo.

Por aquel mismo papel, en el que encarnaba a un padre que sale del armario a los 75 años y tras más de 40 de matrimonio, el actor canadiense recibió también su primer y único Globo de Oro. Sus representa­ciones de Lev Tolstói en La última estación (Michael Hoffman, 2009) y del magnate Jean Paul Getty en Todo el dinero del mundo (Ridley Scott, 2017) le valieron sendas e igualmente tardías nominacion­es para los dos máximos reconocimi­entos del cine en EE.UU.

Esa tardanza de los académicos y la prensa especializ­ada en reconocerl­e su valía contrasta al máximo con la admiración y el respecto que siempre, siempre, desde sus inicios en los años 50 y tanto en el cine como en el teatro y en televisión, Christophe­r Plummer despertó en el público de todo el mundo.

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