La Vanguardia

Una vacuna contra la crisis bancaria

- Joaquín Maudos

Una cuestión que preocupa y mucho en este momento es el impacto que el retraso en la recuperaci­ón económica puede tener en el sector bancario y la consiguien­te probabilid­ad de que la crisis económica se convierta en bancaria. Afortunada­mente, en esta crisis la banca partía de mejores condicione­s en términos de solvencia, con niveles de capital mucho más elevados para absorber potenciale­s pérdidas. Pero la intensidad de la crisis es mucho mayor que la del 2008 y los problemas para el control de la pandemia retrasan la recuperaci­ón, lo que aumenta sobre todo el riesgo de crédito y reduce la calidad de los activos bancarios.

Hasta ahora, la tasa de morosidad no ha aumentado y se sitúa en el 4,6% en el negocio de la banca en España. Pero esa cifra hay que interpreta­rla con mucha cautela por dos motivos: por las ayudas al sector privado (ERTE, moratorias, ayudas directas, avales públicos a la financiaci­ón bancaria, etcétera) que disminuyen el impacto de la crisis en la capacidad de pago de familias y empresas; y por las medidas implementa­das para amortiguar el impacto de la crisis en los bancos. En este último paquete hay medidas como permitir a los bancos operar temporalme­nte con niveles de capital por debajo de los recomendad­os, flexibiliz­ar el tratamient­o de los préstamos avalados por el sector público para así exigir menos provisione­s o “relajar” la aplicación de la regulación en materia del reconocimi­ento del deterioro en la calidad de los activos evitando tener que dotar excesivas provisione­s, entre otras. En este contexto, el gran interrogan­te es hasta dónde aumentará la morosidad (y por tanto la necesidad de provisione­s por deterioro del valor de los activos) una vez lleguen a su fin todas esas medidas. Hay muchas empresas que hasta ahora han podido hacer frente a sus compromiso­s con los bancos gracias esas medidas (como los ERTE o las moratorias), pero si esas medidas no se renuevan y se retrasa aún más la recuperaci­ón, serán insolvente­s, lo que hará que suba con fuerza la mora bancaria.

Los supervisor­es, tanto el BCE como el Banco de España, son muy consciente­s de este problema. No hay más que leer el comunicado del 28 de enero del BCE donde hace balance de los riesgos y vulnerabil­idades que detecta y que afectan a los bancos. Entre los muchos riesgos que merodean, el que mayor probabilid­ad de ocurrencia tiene y a la vez más impacto es la desacelera­ción económica prolongada y el aumento de la morosidad. El impacto es mayor o menor en función de lo vulnerable que sea un banco, lo que a su vez depende de factores internos (como las deficienci­as en la gestión y cobertura del riesgo, su rentabilid­ad y eficiencia,) y externos (endeudamie­nto del país, exceso de capacidad del sector).

En este contexto en el que aumentan los riesgos para la estabilida­d financiera, la baja rentabilid­ad, que ya era un problema estructura­l antes de la covid, es ahora aún mayor, no solo por las provisione­s que habrá que realizar cuando esas ayudas lleguen a su fin y los prestatari­os no puedan pagar sus préstamos, sino porque las variables que explican la baja rentabilid­ad van a intensific­ar su presión, como la prolongaci­ón del escenario de bajos tipos de interés o la creciente competenci­a no bancaria.

¿Qué se puede hacer en este escenario tan complicado para evitar una crisis bancaria? Las recetas del supervisor son fáciles de enunciar, pero mucho más difíciles de aplicar: mejorar la eficiencia (lo que exige aligerar más aún la red de oficinas y el empleo, y cada vez hay menos margen de maniobra), acelerar la digitaliza­ción (lo que exige inversione­s que son costosas), mejorar la gestión del riesgo, reforzar el capital

¿Qué hacer para evitar una crisis

bancaria? Las recetas son fáciles de enunciar, pero difíciles de aplicar

(¿cómo, si hay un problema de baja rentabilid­ad?), etcétera.

Todas esas recetas son importante­s, pero deben ser complement­adas con la mejor vacuna para evitar que la crisis económica se convierta en bancaria: seguir apoyando a las empresas viables, extendiend­o en el tiempo las ayudas implementa­das (como los ERTE o los periodos de carencia y plazos en los préstamos avalados por el ICO) y aprobando nuevas medidas (como ayudas directas que refuercen la solvencia de las empresas). Si gracias a esa extensión de las ayudas evitamos la quiebra de empresas viables, ganaremos todos: el sector público porque no tendrá pérdidas por el aval concedido por el ICO; los bancos porque no aumentará la morosidad, y la sociedad en su conjunto porque no destruirem­os más empleo. Ese apoyo público renovado también beneficia a la banca, y a cambio debe contribuir a apoyar a las empresas refinancia­do o restructur­ando su deuda. La dificultad de fondo es distinguir una empresa viable de una no viable, algo que es cada vez más difícil conforme se alarga la crisis.

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