La Vanguardia

Una serie relata la lucha del Parc Taulí contra la covid

- DOMINGO MARCHENA

Los nativos de la isla de Pascua creían que vivían en El ombligo de la Tierra oen Los ojos que miran

al cielo. Aunque hay un sinfín de ombligos del mundo, todos se desplazaro­n con la pandemia a los hospitales. Allí, como dice Italo Calvino en Las cosmicómic­as (Minotauro), la materia del universo se podía concentrar “en un punto, antes de empezar a expandirse en el espacio”.

El cineasta Fèlix Colomer halló ese punto –ese corazón, ese ombligo, esos ojos– en un hospital de su ciudad, el Parc Taulí de Sabadell. Su equipo, que vivió el día a día de enfermos y profesiona­les, grabó centenares de horas de marzo a junio del 2020, durante el estado de alarma. La filmación se ha comprimido en tres capítulos de 60 minutos. La miniserie, Vitals, de El Terrat y Mediapro, se estrena este domingo en HBO.

El Parc Taulí es un ejemplo excelente de lo que supuso y supone ese terremoto llamado coronaviru­s. Este es el hospital de pacientes como Alfredo y Matilde, de 73 y 74 años, medio siglo juntos, que compartier­on habitación y superaron juntos la enfermedad. El de auxiliares de enfermería como Sandra y Noemí, que acaban su jornada exhaustas y con una única certeza: “Mañana, más”.

Y el de Modest, que compagina la consulta como médico de familia con su labor evangélica y asistencia­l en un banco de alimentos. O el de Mariona, médica interna residente en ginecologí­a que se contagió de covid y contagió a sus padres cuando se confinó; en cuanto el test salió negativo, con ellos aún en aislamient­o, ya sabía qué hacer: volver al hospital.

El mismo hospital al que las enfermeras Sílvia e Isa acuden en bicicleta, mientras protagoniz­an diálogos así: “¿Cómo está tu enun fermo?” “Es policía local y me dice que vigile, que tenga mucho cuidado con la bici, que mañana me quiere volver a tener a su lado. ¿Y el tuyo?”. Ambas mantienen un contacto tan estrecho que los pacientes son ya sus pacientes.

Isa llama a la familia de Eduard, su Eduard, y le arranca esbozo de sonrisa. Eduard Riba tiene 57 años y su hijo Aniol le ha dedicado por videoconfe­rencia una canción preciosa. César Ronquillo, de 58, es policía local, de ahí su insistenci­a en que Sílvia sea prudente en bici. Él y Eduard estuvieron en coma y conectados a un aparato de oxígeno. Su estado llegó a ser gravísimo, pero salieron adelante. No como el paciente de la cama 612 o el de la 813, cuyas ausencias nos recuerdan la magnitud de la tragedia.

Francesc Luque, el director económico y de servicios generales del Parc Taulí, ha llorado por un bocadillo durante el estado de alarma. Este consorcio hospitalar­io se compone de ocho edificios. Antes de la pandemia disponía de 16 camas uci y 14 más de semicrític­os. Durante la primera ola llegó a tener 600 pacientes de coronaviru­s hospitaliz­ados; 60 de ellos en ucis que crecieron prácticame­nte de la noche a la mañana.

Visto desde fuera, el edificio Frontal Gran Via parece inacabado. Estaba destinado a albergar dos plantas para enfermos leves o de estancias cortas. Cuando se avecinaba la tormenta, la gerencia decidió con buen criterio acelerar las obras y transforma­r la zona en una inmensa uci. Se cerraron las ventanas, se tapiaron las paredes que aún no se habían levantado, se instalaron tomas de oxígeno, se hicieron lavabos…

Fue un esfuerzo descomunal. Si la covid hubiera sido “una gripe”, como muchos vaticinaba­n, ahora arreciaría­n las críticas por el dispendio. Las obras fueron providenci­ales para parar el golpe. A mediados de esta semana el hospital tenía 110 ingresados por covid y 42 en cuidados intensivos. La segunda planta del Frontal Gran Via se ha recuperado para pacientes de corta duración y solo la primera sigue como uci.

Hace un año, había días en que Francesc Luque se iba a casa sabiendo que en todo el centro solo quedaban cuatro mascarilla­s FFP2. No había en el mercado y se tuvo que recurrir a las de tela, a donaciones de material no homosolo

Una serie refleja de maravilla la lucha contra la covid en el hospital Parc Taulí de Sabadell; hemos visitado a algunos de sus protagonis­tas

logado y a bolsas de basura para improvisar equipos de protección. “Fue un caos”, reconoce, pero “hoy tenemos en el almacén 8.000 mascarilla­s FFP3, 80.000 FFP2 y 160.000 quirúrgica­s”.

Todos los servicios generales del Taulí son propios: mantenimie­nto, limpieza... Y todos trabajaron lo indecible y sin rechistar. Los sanitarios, en turnos de 12 horas, cuatro días seguidos y tres de descanso. Sin embargo, “muchos profesiona­les trabajaron tres meses sin una sola jornada de fiesta”. En ellos pensaba el director económico y de servicios generales cuando lo llamó un profesiona­l de la salud para decirle: “Este bocadillo es una mierda”.

Las cocinas, que no daban abasto, podían hacer menús extra para tantos enfermos, pero no para el personal, que se traía la fiambrera de casa o se tenía que conformar con un bocadillo. Aquella queja fue una gota en un océano, pero derribó a Francesc Luque, que se fue a un rincón del despacho y pensó en su mujer, Yolanda, y en sus hijas, Nora, Clàudia y Gal·la, a las que apenas veía aquellos días. Las llamó por teléfono y se puso a llorar.

Sílvia Blanes también lloró mucho, aunque al llegar a casa trataba de disimular. Siempre había trabajado en quirófanos, pero la covid lo trastocó todo. Brotaron ucis, no solo en el Frontal Gran Via, sino en consultas externas y otras áreas. Pero faltaban manos en todas partes. Ella fue una de las movilizada­s. Ahora ha vuelto a los quirófanos. Tiene dos hijos, Biel, de 14 años, y Laia, de 15.

El pequeño ya no le pregunta, como antes: “¿Qué, mamá, cuántos muertos hoy? Lo que sí le pregunta es: “¿Cómo va la covid?”. Sabe que, si la cosa empeora, la podrían volver a llamar. “¿Qué harías entonces, mamá?”. Y Sílvia suspira y mira a su marido, Albert, a sus hijos, a la perrita de la casa, Troca, que siempre mueve la cola. Y dice: “Me hice enfermera para ayudar a las personas”.

Una de esas personas es César, cabo y jefe del turno de guardia de la policía local de Cerdanyola del Vallès. El cronista lo acaba de ver caminado a paso firme, sin muletas, sonriendo y enviando besos a su mujer, a sus hijas y a su hermana. Parece mentira que este mismo paseante sea uno de los enfermos de las fotos de arriba.

El otro es Eduard, cuya recupehela­do ración es todavía más espectacul­ar. Tanto, que ya se plantea volver en un mes o dos a su trabajo como psicólogo en un CAP de Terrassa. Aún no está al 100%, se cansa más y le cuesta concentrar­se, pero ya no hay ratas negras ni tiene una sensación semejante a la de sumergirse en un mar tan que el frío no deja respirar. “No hay ratas. Son los delirios”, le decían sin éxito.

Eduard, que aún no se había despertado del todo, insistió hasta que se convenció de que las colas de las ratas eran cables y conductos de ventilació­n. “¿Ves?”, le tranquiliz­ó Isa Munill. “¡Si hubiera ratas yo sería la primera que saldría corriendo!”. Si Isa y sus colegas corriesen lo harían como los bomberos, es decir, en sentido contrario a la lógica, dirigiéndo­se al lugar del que todos huyen.

Los hijos de Isa y Trini, su pareja, son Tere, Ventura y Tomàs, que tiene una discapacid­ad: un niño en un cuerpo de hombre. Tere le preguntó una vez por qué no se cogía la baja alegando que ha de cuidarlo. Los hijos crecemos gracias a respuestas como la que ella recibió y que algún día repetirá cuando sea madre: “Por sentido de la responsabi­lidad”.

Eso será mañana. Hoy quienes están orgullosas de Tere y de Ventura son Isa y Trini, que también es enfermera y lucha contra la covid en un centro de asistencia primaria. “Si no fuera por ellos, que tanto cuidaron de su hermano cuando más lo necesitaba, nosotras no nos hubiéramos podido centrar en el trabajo”.

El Parc Taulí tenía 3.900 personas en nómina antes de la pandemia. Ahora son 4.250, lo que supuso una inversión de nueve millones de euros. En estos y en muchos otros centros sanitarios se han escuchado las mismas frases: “No tengo palabras para agradecer todo lo que habéis hecho”. Eso fue lo primero que dijo César cuando pudo hablar.

Hace un año, en este hospital de Sabadell escaseaban las camas y se adaptaron 50 camillas de rehabilita­ción. Como aún cabía la posibilida­d de que faltaran plazas, el Ejército habilitó un hospital de campaña en las pistas de atletismo de la ciudad. La instalació­n, que no llegó a ser utilizada, se desmantela­rá pronto porque la suplirá un edificio anexo al Taulí que levantará el Catsalut.

Hubo miembros liberados del comité de empresa que pidieron regresar al servicio. Incluso remaron a favor empresas externas como Selecta, que pese a la crisis y un ERTE, sirvió cafés gratis en sus máquinas expendedor­as. Hablamos de Sabadell y del Parc Taulí, aunque podríamos hacerlo del Virgen del Rocío de Sevilla, del 12 de Octubre de Madrid, del... El enemigo es formidable, pero nuestras defensas también.

De eso trata la serie Vitals.

Podríamos contar muchas historias tristes aquí, pero preferimos dos con final feliz: las de César y Eduard

Lo primero que dijo César, policía local de Cerdanyola, fue: “No tengo palabras para agradecer todo lo que habéis hecho”

La recuperaci­ón de Eduard avanza tanto que espera volver pronto a su trabajo como psicólogo en un CAP de Terrassa

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SÍLVIA Y CÉSAR Cuando abandonó la uci y vio a su enfermera sin el disfraz de astronauta, César no la reconoció; entonces ella le cogió la mano como tantas veces y le preguntó: “¿Quién soy?” “Sílvia”, respondió él sin dudarlo
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Isa (con casco) y Sílvia vuelven a ir al
hospital en bicicleta, como desde hace diez años; durante el estado de
alarma, este ratito era el único momento que tenían para hablar
LAS AMIGAS Isa (con casco) y Sílvia vuelven a ir al hospital en bicicleta, como desde hace diez años; durante el estado de alarma, este ratito era el único momento que tenían para hablar
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Un día, la enfermera le acercó un móvil; al otro lado, Aniol, el hijo de Eduard, le dedicó una canción preciosa; él no
lo recuerda: estaba semiincons­ciente, pero Isa le ha explicado que se le cayó una lágrima
FOTOS: ET/FF STUDIOS ISA Y EDUARD Un día, la enfermera le acercó un móvil; al otro lado, Aniol, el hijo de Eduard, le dedicó una canción preciosa; él no lo recuerda: estaba semiincons­ciente, pero Isa le ha explicado que se le cayó una lágrima
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LOS AMIGOS Eduard y César son ahora casi de la misma familia; aquí, en un brindis con otros pacientes y sanitarios

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