Min Aung Hlaing
Hombre fuerte de Birmania
El general Min cortó ayer el acceso a internet pero aun así no impidió que miles de personas protestaran en Rangún y Mandalay contra el golpe de Estado del pasado día 1. En marcha hay un movimiento de desobediencia civil.
Decenas de miles de personas protestaron ayer en Rangún, Mandalay y otras ciudades contra la junta militar que el pasado día 1 dio un golpe de Estado para recuperar el control pleno de una Birmania distópica. Tuvieron mucho valor. Los militares gobiernan con mano de hierro desde 1962. Controlan la política, la justicia, la economía y cualquier aspecto de la vida social. Ahora, cada noche, desde hace una semana, escuchan caceroladas, también en Naypyidaw, su capital. Ayer cerraron internet para dificultar las protestas. Los manifestantes saludaban con tres dedos en alto, como en Los juegos del hambre. El rojo es su color. Toma cuerpo un amplio movimiento de resistencia civil. Médicos, maestros y funcionarios se niegan a trabajar. Exigen la liberación de Aung San Suu Kyi, ganadora de las elecciones del 8 de noviembre (80% de los votos). El general Min Aung Hlaing, jefe del Estado Mayor y hombre fuerte del régimen, aún no ha dado la cara. La radio y la televisión, así como el
New Light of Myanmar, difunden la propaganda militar y los negocios en marcha. Todos favorecen a la cúpula militar. También el narcotráfico. Decenas de ejércitos privados, arraigados en zonas étnicas, vigilan los campos de adormideras. La Junta les deja hacer a cambio de una parte en el negocio del opio, la heroína y las anfetaminas. La corrupción es endémica y el budismo es más que una religión, es una ideología que los generales combinan con un socialismo nacionalista que aísla al país y lo condena a la pobreza. La violencia es perpetua. Los rohinyás han sido barridos: limpieza étnica de 700.000 musulmanes. La jerarquía militar, mientras tanto, juega al golf, consulta a los astrólogos y prepara una nueva represión.