La Vanguardia

La pataleta de las vacunas

Los europeos cedemos a la histeria por falta de dosis contra la covid cuando en realidad –junto a británicos y norteameri­canos– somos unos privilegia­dos

- Lluís Uría

El neoyorquin­o Oliver Stone, oscarizado director de películas como Platoon, Wall Street o Nacido el 4 de julio, aprovechó una reciente estancia en Rusia –donde prepara un documental sobre el cambio climático– para arremangar­se la camisa y darse un pinchazo de la Sputnik V, la vacuna rusa contra la covid. “No comprendo por qué esta vacuna es ignorada en Occidente”, declaró en televisión. El martes la revista científica The Lancet le daba la razón y corroborab­a que la Sputnik V, desarrolla­da por el Centro Nacional Gamaleya de Epidemiolo­gía, es segura y su eficacia ronda el 92%.

Moscú ha presentado ya ante la Agencia Europea del Medicament­o (EMA) su vacuna y no sería de extrañar que en poco tiempo –Alemania está a favor– pudiera sumarse a las que la Unión Europea tiene ya aprobadas y en fase de suministro (las occidental­es Biontech/pfizer, Moderna y Astrazenec­a), compensand­o así la presunta penuria que padecemos... Vladímir Putin se ha apresurado a ofrecer 100 millones de dosis a la UE y el euroescépt­ico primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha sido el primero en firmar un pedido. ¡Pobres europeos! ¡Salvados por los rusos!

¿En serio? Todas las vacunas son bienvenida­s, también la rusa. Pero si dejamos de mirarnos el ombligo y observamos el resto del mundo, comprobare­mos que no hace falta que nos salve nadie, que los europeos somos unos privilegia­dos y que la histeria generada por el retraso que ha sufrido el suministro de algunas de las vacunas contratada­s por la Comisión Europea es ridícula. Es la pataleta de unos niños ricos, mimados y egoístas.

Es cierto que Estados Unidos y el Reino Unido nos han pasado la mano por la cara y que su ritmo de vacunación es más alto que el nuestro (otra cosa es la catastrófi­ca gestión de la pandemia que hicieron antes). Y que Bruselas, que por primera vez en la historia ha asumido la responsabi­lidad de una operación conjunta de este calibre en materia de salud pública, ha cometido algunos fallos. Según Guntram B. Wolff, director del think tank europeo Bruegel, la Comisión encargó y autorizó las vacunas demasiado tarde, entre otras cosas.

Pero el problema principal es probableme­nte que se han vendido unas expectativ­as exageradas. Como apuntaba en estas páginas el epidemiólo­go Rafael Vilasanjua­n, director de análisis del Institut de Salut Global (Isglobal) de Barcelona, las farmacéuti­cas prometiero­n más de lo que podían cumplir y “los políticos se agarraron (a ello) como un clavo ardiendo”.

Las presiones políticas y la ansiedad de la opinión pública –cuando no bastardos intereses por erosionar una iniciativa europea que profundiza la unión– explican más la crisis de las vacunas que los retrasos en su producción. Y probableme­nte el peor error de Bruselas no haya sido tanto subestimar las complicaci­ones esperables en la fabricació­n de los sueros –tal como reconocía la presidenta de la CE, Ursula von der Leyen, en una entrevista con La Vanguardia– como haber cedido a la paranoia ambiental y haber llegado al punto de activar irreflexiv­amente una cláusula del Brexit para controlar las exportacio­nes de vacunas –algo que después rectificó– que ha estado a punto de abrir una grave e innecesari­a crisis en Irlanda del Norte.

Quizá no esté el 70% de la población europea vacunada antes de finales del verano como insisten en prometer los políticos de los 27 con distinto énfasis. Pero sí parece claro, como concluye un estudio de The Economist Intelligen­ce Unit, que Europa, al igual que Israel, EE.UU. y el Reino Unido, habrán culminado una vacunación masiva de su población a finales de año. Mientras, los países más pobres deberán esperar al 2024... Los ricos estamos acaparando las vacunas (Europa ha reservado para sí misma 1.600 millones de dosis) y los que vengan detrás, que se espabilen.

Mientras tanto, dos potencias han salido a ocupar el espacio que hemos dejado vacío, en una auténtica diplomacia de la vacuna que pretende ampliar o profundiza­r sus áreas de influencia. Se trata de Rusia, con su Sputnik V, y de China, con las vacunas de Sinopharma y Sinovac, que han lanzado la caña en África y América Latina.

Moscú ha colocado ya su vacuna en Arabia Saudí, Argelia, Argentina, Bielorrusi­a, Bolivia, Guinea, Egipto, Hungría, Irán, Kazajistán, México, Palestina, Paraguay, Serbia o Venezuela. Pekín lo ha hecho en Arabia Saudí, Azerbaiyán, Bahrein, Brasil, Camboya, Chile, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Filipinas, Indonesia, Irak, Jordania, Malasia, Marruecos, México, Pakistán, Perú, Serbia, Senegal, Tailandia, Turquía, Ucrania...

A chinos y rusos se ha sumado también India, que sin haber acabado de desarrolla­r todavía una vacuna propia es uno de los mayores productore­s farmacéuti­cos y ha empezado a distribuir gratuitame­nte millones de dosis de las occidental­es en Bangladesh, Birmania, Bután, Maldivas, Mauricio, Nepal o Seychelles.

Los europeos, hasta ahora, se han limitado a contribuir al programa Covax, la iniciativa de la Organizaci­ón Mundial de la salud (OMS) para garantizar que las vacunas de la covid llegan a todo el mundo. EE.UU. ni eso... El jueves, los responsabl­es de Covax anunciaron la distribuci­ón, en el primer semestre de este año, de 330 millones de dosis en 145 países, lo que permitirá vacunar al 3,3% de la población. Pero este dispositiv­o, que aún no ha logrado recaudar todo el dinero necesario, solo garantizar­á en el mejor de los casos inmunizar al 20% de la población. Una protección insuficien­te que puede fácilmente volverse en contra nuestra.

Como subrayaba en Foreign Policy el politólogo Jonathan Tepperman, el retraso en la inmunizaci­ón general puede costar 9 billones de dólares a la economía mundial a causa de la retracción de la demanda y la ruptura de las cadenas de suministro. Y puede dar tiempo para que el virus de la covid, el taimado SARS-COV-2, siga mutando y adopte variantes más peligrosas. Que tarde o temprano nos llegarían a todos.

Mientras los occidental­es acaparamos vacunas, Rusia y China introducen las suyas en el resto del mundo

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LEAH MILLIS / REUTERS La vicepresid­enta de EE.UU., Kamala Harris, recibe la segunda dosis de la vacuna de Moderna
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