La Vanguardia

Campaña medio llena o medio vacía

- Sergi Pàmies

Estamos nel mezzo del cammin de la campaña, por decirlo con retintín pedante. Una campaña que, imitando la cultura, afirma que votar es seguro. Seguro desde un criterio sanitario, se entiende, porque desde el punto de vista político la seguridad es una incógnita. Iniciamos la cuenta atrás de una incertidum­bre agravada por miles de alegacione­s para no formar parte de las mesas y por el colapso de una respuesta que tiene siete días para ser convincent­e. Criminaliz­ado por los tribunales, el sentido común del aplazamien­to no se ha podido imponer a la rigidez de un calendario que no hará desaparece­r ni a los que no saben a quién votar ni a los que ni siquiera saben si deben ir a votar.

No hemos echado de menos el formato de mitin porque se había convertido en un proveedor de consignas más que en el centro de la liturgia. Ahora las barbaridad­es se amplifican por streaming. Los aforos no son presencial­es sino que se rigen por la contabilid­ad de los clics, que también tiene caja B. La energía de los presos independen­tistas ha creado un doble circuito de proselitis­mo entre sus adeptos, con un Oriol Junqueras (ERC) que dice que su comité asesor de campaña está en Lledoners.

Algunas estrategia­s imaginativ­as pasarán a la historia, como el vídeo en el que Marta Pascal (PNC) compara la valentía de los cambios con un corte de pelo. O el rap en el que, con estética de disco de La Marató, Jéssica Albiach y Ada Colau (En Comú Podem) reivindica­n la vitalidad de una izquierda que parece sentirse más cómoda en espacios de frivolidad que a la hora de argumentar. No sabemos si el estribillo del rap, “Tenemos más poder del que nos han hecho creer”, apela al empoderami­ento o a la autoayuda.

Otra seña de identidad electoral son los debates. Antes de llegar al del martes en TV3, concebido como gran superficie audiovisua­l (desde las 20 h hasta las 2), ya hemos superado el de La Vanguardia, el de TVE y el de la Ser, que prescindió de Ignacio Garriga. La exclusión le favorece porque Vox aprovecha la ausencia o la presencia para hacer victimismo y apología de mensajes no homologado­s y de un nuevo orden que, en caso de instaurars­e, suspenderí­a muchos de los derechos que hoy se le conceden. Y, en la distancia corta, Garriga propicia comentario­s tan inquietant­es como: “Pues parece majo” y no se erosiona cuando lo confrontan a la falsedad de los datos o de las acusacione­s porque la falsedad ya forma parte del descrédito de la política.

Sorprende que hasta ahora se haya hablado más de ocupacione­s de pisos que de pandemia. Las simpatías por los okupas varían en función de si habla Dolors Sabater (CUP), Àngels Chacón (PDECAT) o Ignacio Garriga (Vox). Como una obsesión de cosecha propia, Carlos Carrizosa (Cs) insiste en que se eliminen chiringuit­os oficiales e incluye la nueva Agencia Espacial Catalana. En un mundo en que a la agencia la llaman “La Nasa catalana”, el medio de referencia debe ser, a la fuerza, El Mundo Today. Laura Borràs (Juntsxcat), Salvador Illa (PSC) y Pere Aragonès (ERC) han intercambi­ado puñaladas y alusiones al marco mental. Es un concepto procesista idóneo cuando no quieres responder preguntas incómodas. Si os pillan en la cama cometiendo adulterio, decid que no es lo que parece, que solo estáis aplicando un marco mental diferente.

¿El estado de ánimo del votante? Hablo por mí. Como el laberinto del voto por correo me da pánico, iré a votar fingiendo que es seguro pero con ciertas prevencion­es. Evitaré la primera hora, no vaya a ser que me militarice­n. Llevaré el sobre con la papeleta preparada desde casa tras someterla a una desinfecci­ón literal y metafórica. Después, aspersión total de gel hidroalcoh­ólico, doble mascarilla y guantes. No hablaré con nadie para no contribuir a la emisión contaminan­te de aerosoles, aunque eso perjudique mi prestigio de persona sociable. Procuraré que no se me note el miedo (dicen que, igual que los perros, los virus lo huelen). Caminaré de puntillas, como la Pantera Rosa, entraré en el colegio midiendo la distancia de seguridad con un metro de carpintero, mostraré el DNI, introducir­é el voto en la urna y no miraré a los ojos de nadie para no ver si les sorprende que, además de doble mascarilla, llevo una pinza en la nariz.

Es un complement­o que resuelve la contradicc­ión de saber que votar implica ser cómplice de un sistema que puede llegar a ser pestilente y, al mismo tiempo, intuir que no votar podría ser peor. Dilema diabólico. Votar puede llegar a ser seguro si tomamos todas las medidas de seguridad. Si no votamos, en cambio, alimentamo­s el monstruo de la baja participac­ión y exacerbamo­s la tabarra tertuliana. A corto plazo, no votar quizá disminuya las posibilida­des de contagio pero, a medio plazo, propicia otros peligros. Ahora solo falta que el resultado no sirva de coartada para que, en otro alarde de ineptitud, los elegidos decidan repetir las elecciones.

No hemos echado de menos el formato de mitin porque se había convertido en un proveedor de consignas

El calendario no hará desaparece­r ni a los que no saben a quién votar ni a los que no saben si ir a votar

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MALTE MUELLER / GETTY
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