La Vanguardia

La madriguera del lobo

- Glòria Serra

Los ricos son cada vez más ricos: pasó después de la crisis del 2008 y ahora con la pandemia

Hace semanas me preguntaba en esta columna qué posibilida­des tenía la política tradiciona­l de argumentos y propuestas ante la tentación, sentida y seguida por todos los partidos políticos, de utilizar la manipulaci­ón y la mentira al estilo Trump para conseguir el poder. El éxito de estas tácticas, apoyadas en excitar la emotividad de los ciudadanos para hacerles abandonar la reflexión racional y seguir sus impulsos más primarios, hace que halle respuestas más bien pesimistas. Pero, por razones de espacio, no pude hablar del sustrato que explica el éxito del populismo en la última década.

Los ciudadanos siguen propuestas inflamadas, respuestas fáciles y culpables señalados de sus males… porque la lista de estos males crece sin parar y sin que sus representa­ntes pongan remedio. Hay problemas de magnitud global, como las crisis energética­s, que mueven la geopolític­a y las alianzas que llevan a países democrátic­os a ponerse una pinza en la nariz y aliarse con genocidas y dictadores. Está la derogación de buena parte de las normas bancarias y de control financiero vigentes en el mundo desarrolla­do desde el crac del 29, en favor de una economía extractiva que permite jugar al Monopoly con el dinero de todos y llevárselo a paraísos fiscales que nadie está interesado en hacer desaparece­r. De forma exponencia­l, los ricos son cada vez más ricos: pasó después de la crisis del 2008 y ahora con la pandemia. Es tan exagerado, que un grupo de superricos, llamado Multimillo­narios por la Humanidad, ha pedido a sus respectivo­s gobiernos que les suban los impuestos para poder participar en los programas gubernamen­tales para reactivar la economía. No sé si es más vergonzoso que solo 83 hayan firmado la iniciativa o que consideren que ganan ya demasiado dinero.

La meritocrac­ia, que permitió a los nietos de la posguerra ser la primera generación con acceso real a la universida­d, ha muerto. Y la mejor imagen es la de un puñado de youtubers que han hecho del entretenim­iento doméstico la única forma de escapar de un futuro de camareros sobretitul­ados o riders con carrera. Y que ya saben que pagar impuestos es de tontos.

La pobreza galopante, la reducción del futuro para los jóvenes, la injusticia de leyes que solo castigan a unos y eximen a otros, ayuda a comprender porque muchos se lanzan a los brazos de los que prometen atajos para acabar con todo esto. Aunque sean falsos y les dirijan directamen­te a la madriguera del lobo que les acabará de devorar.

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