Compatibilidad, escrutinio emocional y dieta
Los transplantes quedaron suspendidos en cuanto los hospitales se convirtieron en centros de emergencias para atender a miles de enfermos covid. Hasta el 9 de mayo no pudieron reanudar las operaciones en el hospital del Mar. Primero, los que recibían órganos donados por personas fallecidas, y los más urgentes. Muchos de los transplantados de riñón hacen su espera en salas de diálisis. Pero el caso de Konstantina Mavrea era un claro transplante de vivo desde el primer momento, cuando el equipo de transplantes del Mar se lo planteó como una posibilidad cercana por primera vez. Y querían intentar por todos los medios que no llegara a la diálisis. La pandemia no lo frenó todo finalmente: en el 2020 lograron hacer 113 trasplantes renales, 17 de ellos de donantes vivos. “Por suerte la mayoría de donantes son locales y no hubo tantas dificultades”, apunta la jefa de la sección de transplantes, Marta Crespo.
Pero sí acabó siendo una cierta lucha contrarreloj. Tenían todo clarísimo: desde el minuto uno tuvo siempre dos candidatos, su madre y su pareja. Y en el estudio inicial que hicieron en diciembre del 2019, cuando eran impensables los obstáculos que al final hubo, ambos mostraron que no eran incompatibles. “En cada embarazo, una parte de la inmunidad aprende a rechazar lo ajeno, la parte del padre que tenían sus hijos. Y ese era el riesgo. Resultó no incompatible. Pero optamos por la madre porque seguro era mucho más compatible”, explica la nefróloga.
Además de las compatibilidades, la donante pasa por un severo escrutinio emocional para asegurarse de que no hay dudas ni ninguna presión para convertirse en donante. Pero Kalliopi Mavrea lo tenía pensado desde hace 28 años. También le pidieron que estuviera lo más en forma posible. Se puso a dieta en noviembre, “tenía que perder 25 kilos pero en mayo había perdido 400 gramos. Buscó una dietista y bajó 13 kilos en menos de dos meses”; explica orgullosa su hija Konstatina.
“¡Ya los ha ganado!”.