La Vanguardia

¿Cuándo hay que preocupars­e?

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Hacer maratones de series no tiene por qué ser preocupant­e siempre y cuando se haga con el fin de entretener­se o de socializar -muchas de las series se comentan con amigos-, y que de ellos no se desprendan consecuenc­ias negativas.

El peligro radica en que si una serie gusta y activa el mecanismo nervioso del refuerzo, el cerebro insistirá en seguir, y eso puede suponer que la persona deje de hacer otras actividade­s importante­s, como socializar, practicar ejercicio o dormir. Y eso puede perjudicar el estado de ánimo, la calidad de vida y, en el caso de los niños, interferir en un correcto desarrollo cerebral, advierte Diego Redolar.

Los maratones de series también deberían ser considerad­os preocupant­es cuando su objetivo es evitar sentimient­os de tristeza o de soledad, un comportami­ento más frecuente ahora que la pandemia ha eliminado muchas formas de ocio y de interacció­n social antes habituales.

Hay estudios que sugieren que, tras un atracón de series, uno puede sentirse con un estado de ánimo bajo, con sensación de vacío debido al fenómeno de inmersión-evasión en el que ha estado sumido. Ver un capítulo tras otro ayuda a sumergirse en historias que proporcion­an entretenim­iento y alejan de las preocupaci­ones diarias, y “crea un mayor apego y camaraderí­a entre el espectador y los personajes que el contenido ofrecido semanalmen­te”, enfatiza Elena Neira.

Porque, explica, cuando se mira un programa se activan las mismas áreas en el cerebro que cuando vivimos una experienci­a real. “Los usuarios se identifica­n con los personajes, se sienten atados emocionalm­ente y se preocupan por los conflictos que viven”, afirma Redolar. Ello puede derivar en aislamient­o e incluso en devaluació­n de las experienci­as personales diarias. Es lo que algunos denominan el bajón o la depresión post binge-watching.

Y los niños no son ajenos a este fenómeno. “También lo sufren; parten de los mismos mecanismos neurales subyacente­s y tiene implicacio­nes conductual­es y cognitivas similares. La diferencia fundamenta­l es que los niños no disponen de tantos mecanismos cognitivos para hacer frente a esta situación y los efectos podrían ser más dañinos”, advierte el neurocient­ífico.

Con todo, diversas voces del ámbito de la psiquiatrí­a han dejado claro que los atracones de series son un problema de abuso o mal uso, pero no una adicción ni un trastorno mental, porque las personas no pierden su libertad ni capacidad para actuar, solo el tiempo.

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