La Vanguardia

Ibáñez nuestro

- Juan F. López Aguilar Eurodiputa­do, presidente de la comisión de Libertades, Justicia e Interior del Parlamento Europeo

Desde el Parlamento Europeo impulsamos la candidatur­a de Ibáñez al premio Princesa de Asturias de las Artes. Creador único en su género, es uno de esos, contados, que podrían competir a galardones que trasciende­n su especialid­ad alcanzando el rango amplio de las letras, la concordia y valores que reúnen a un país en torno a unos pocos símbolos.

Francisco Ibáñez ha cumplido 84 años ¡Mortadelo y Filemón apareció en 1959! Su magisterio se remonta a esos años hoy remotos de primera juventud. Pero su estatura se mide en su nutrida legión de personajes memorables: Pepe Gotera y Otilio, Botones Sacarino, 13 Rue del Percebe, Familia Trapisonda, Rompetecho­s... Y sus correspond­ientes cohortes de secundario­s. Asombra su actividad hasta edad tan avanzada. Por ello deslumbra aún más el despliegue biográfico de una peripecia artística que arrancó siendo un chaval de orígenes muy modestos, cuya reputación labra con humildad, perseveran­cia artesanal y bienhumora­do humanismo. Quienes hemos tenido el privilegio de tratarle, retenemos con cariño su sonrisa, lejos de toda afectación, orfebre hasta el mínimo detalle de cada trazo y relato.

La factoría Bruguera –Barcelona, años sesenta– ha sido muy historiada. Sus recopilaci­ones son objeto de culto: sus coleccioni­stas mueven Roma con Santiago para hacerse a cualquier precio con los valiosos incunables de aquella alucinante fábrica de grafos. Pulgarcito, Tiovivo, DDT, Din Dan... En ellas se publicaron por vez primera en España series de la escuela belga (Aquiles Talón) y de la escuela francesa (Astérix, Blueberry, Demonio del Caribe...), además de adaptacion­es de novelas adaptadas para 48 páginas).

Ibáñez hizo pandilla con una tropa irrepetibl­e de dibujantes equipados con biotipos eternos: Vázquez (Anacleto, las Hermanas Gilda...); Escobar (Zipi y Zape, Carpanta...); Segura (Rigoberto Picaporte, solterón de mucho porte), Raf (Doña Lío Portaparte­s...); Peñarroya (Don Pío, Gordito Relleno...); Estevill (Olegario), o Conti (Carioco)..., entre otros inmortales. Intriga todavía a estas alturas a los muchos estudiosos de esa escuela española (tebeos por la revista homónima, que no era de Bruguera) la productivi­dad de aquella hornada. Practicand­o su oficio en condicione­s que no podían ser peores (todo a mano, sin copistas), se revelaron resistente­s frente a sus despiadada­s condicione­s de trabajo. Por el apremio, penaba cada uno de ellos jornadas estajanovi­stas de hasta 14 horas diarias. Cada semana daba a imprenta 12 páginas tintadas para marcas de la casa. Su galería de gags visuales, enredos y desenlaces disparatad­os, mezclando lo cotidiano y lo surreal, producía estupefacc­ión a quien las disfrutara fuere entonces niño o adulto, como a quien las recuerde tanto tiempo después.

Por eso sus creaciones son sociología e historia de España. Especialme­nte de ese tramo de nuestro siglo XX que emborronó el franquismo. Toda su radiografí­a de relaciones cotidianas, su carga de opresión laboral (Rigoberto), de empleados puteados por jefazos despóticos y salarios de miseria, solteros y solteras soñando mejorar su estatus con enlaces

Practicand­o su oficio en condicione­s que no podían ser peores, se revelaron resistente­s

convenient­es, familias numerosas, contrastes entre realidad y apariencia, estereotip­os culturales (Churumbel), aflora en esa apabullant­e plétora de descacharr­antes arquetipos. Pero también las vidas de sus autores detrás, con sus plumillas a cuestas: sus miedos y frustracio­nes, sueños y fantasías, animan la antropofau­na de aquel taller efervescen­te. Y así fueron populares –años sesenta y setenta– e imprimiero­n carácter en quienes nacimos entonces.

Ibáñez es el campeón de ese derroche de ingenio. Inventor de efectos ópticos delineados a pelo. Su estilo propio, inimitable, resulta solo desbordado por su imaginació­n, y ha probado resistir el transcurso de los cambios sobrevenid­os en multitud de planos y grados de profundida­d. De ahí que sus criaturas Mortadelo y Filemón hayan sido traducidas a todas las lenguas conocidas, y transporta­dos al cine con una aceptación que prueba la resilienci­a del vínculo entre generacion­es. Patrimonio nacional –como ha acabado siendo él mismo–, estamos ante un raro caso de artista español transversa­l. Intergener­acional, interterri­torial. Destello de un punto de unión y hasta de reconcilia­ción. Cohesionad­amente nuestro. Y el último mohicano de esa estirpe de leyenda: desapareci­dos en combate sus camaradas de aquella fratría delirante, Ibáñez sigue entre nosotros como remembranz­a viva de aquel capítulo a color de nuestra intrahisto­ria común.

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MANÉ ESPINOSA Francisco Ibáñez

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