La Vanguardia

Más belleza que danza en el Liceu

El público del Gran Teatre aplaude el impactante ‘Solstice’ de Blanca Li, el regreso de la danza al coliseo de la Rambla

- Maricel Chavarría

Solstice es espectacul­ar, dicho sea en el sentido literal del término. La pieza ecologista con la que la Compañía Blanca Li aterrizó ayer en el Liceu –donde permanece hasta el martes– tiene una clara voluntad de epatar, cosa que logra con creces. Porque como espectácul­o plástico es incontesta­ble. Visual y auditivame­nte sabe transporta­r al público a ese cosmos primitivo en el que las relaciones ambiguas y complejas del ser humano con la naturaleza parecen menos difíciles de nombrar. De eso trata esta obra cuyo estreno mundial tuvo lugar en el 2017, en el Chaillot-théâtre National de la Danse, en París, años antes de que estallara la pandemia, si bien ya entonces sus intérprete­s llevaban incorporad­a –¿premonició­n o polución?– la mascarilla.

Ahora, con la experienci­a de la covid la reflexión de la coreógrafa granadina –directora de escena sería más adecuado– sobre esa relación dual de amor y violencia, preservaci­ón y destrucció­n, preocupaci­ón y asombro, toma una forma más definida. O así lo reflejó el caluroso aplauso con que público acogió la primera función de la tarde.

La preocupaci­ón por lo ecológico lleva más de una década tiñendo las propuestas escénicas. Ya desde la Tetralogía wagneriana que Carlus Padrissa de La Fura dels Baus hizo para el Palau de les Arts de València, o la que Robert Carsen trajo al Liceu en el 2013, quedó claro que el arte marcaba el camino y llevaba la delantera a políticos y economista­s. Y si el poder del arte es conmover y mover, esto es, llevar al público a cambiar los parámetros cotidianos de autopercep­ción, entonces Solstice contiene un plus de fuerza.

Sus mayores virtudes hay que buscarlas en la música de Tao Gutiérrez y en la percusión, el canto y la kora del costamarfi­leño Bachir Sanogo, que aparece cual hacedor de las tormentas y la paz que las precede, cual agitador de los mares y sanador de las almas. Hay que buscarlas en la iluminació­n de Caty Olive, que jamás cae en la postal pero transmite desde el calor del atardecer africano a la violencia de la extracción minera. Hay que buscarla en los vídeos e inventos tecnológic­os de Charles Carcopino, que junto a la escenograf­ía de Pierre Attrait invita a la dulzura de los espacios domesticad­os, al chapoteo en la orilla... pero también a encarar el ingente océano... ¿Cómo fue que los livianos toldos formaron un oleaje?

Una auténtica explosión sonora y plástica convive con la danza en Solstice, pero el clímax no llega nunca

Una auténtica explosión sonora y plástica convive con la danza, aunque el clímax nunca llega de la mano de esta

de la mano de esta. Los catorce bailarines de contemporá­neo tienen momentos álgidos –la mimesis con el oleaje, la estoica resistenci­a al viento, la llamada telúrica de la tierra, el final apoteósico–, pero no es la danza de la tribu lo que emociona en este espectácul­o, sino la musicalida­d de lo que le rodea.

Una danza muy física pero accesoria. No llega al alma y sus escasos pasajes de interés no marcan la diferencia. El cuerpo de bailarines es, eso sí, gratamente efectivo, aunque parece acusar la pandemia, pues el más fibrado en escena era el percusioni­sta... También fue el que se llevó la sonora ovación del público.

 ?? XAVIER CERVERA ?? Catorce bailarines forman la tribu de esta pieza del 2017 que Blanca Li estrenó ante mil personas en el Liceu
XAVIER CERVERA Catorce bailarines forman la tribu de esta pieza del 2017 que Blanca Li estrenó ante mil personas en el Liceu
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