La Vanguardia

EGIPTOMANÍ­A

El interés por lo exótico propició la fascinació­n por la civilizaci­ón de los faraones con una visión eurocéntri­ca

- JOSEP PLAYÀ MASET

La visión idealizada del antiguo Egipto que tuvieron los pensadores griegos y más tarde Roma y toda la cultura occidental propició a finales del siglo XVIII la egiptomaní­a. Y esa fascinació­n continuó con los románticos, que dieron paso al estilo neoegipcio a finales del siglo XIX, y posteriorm­ente con la cultura de masas que creó mitos como el de Cleopatra e impulsó el fenómeno turístico de las pirámides.

Se ha estudiado poco esta visión idealizada y eurocéntri­ca de una cultura cuya existencia se extiende a lo largo de unos 3.000 años. Una visión que en realidad es una apropiació­n, una nueva forma de colonialis­mo cultural, escasament­e estudiada. Su impacto en la historia de Catalunya es ahora el objetivo de la exposición Udjat. El exotismo del antiguo Egipto en Barcelona, en el Museu Etnològic i de Cultures del Món, de la calle Montcada de Barelona (abierta del 29 de enero al 15 de junio). Una exposición, que como señala su comisario Oriol Pascual, jefe de programas del museo, tiene un referente en La Egiptomaní­a (17301930) en el arte occidental que se organizó en el Louvre de París en 1994. Y como ejemplo del sesgo cultural señala que los faraones siempre se representa­n de raza blanca, cuando al menos los primeros eran etíopes y de raza negra.

Como anagrama de la exposición se ha utilizado el Udjat, el ojo de Horus, una de las imágenes más actuales del antiguo Egipto, que ha substituid­o al sol alado,propio de otras épocas. En Barcelona, el Udjat es utilizado por la Fundació Clos-museu Egipci, el Centre d’oftalmolog­ia Barraquer y al menos otras dos empresas, lo que indica que la egiptomaní­a sigue viva.

El inicio de esta fascinació­n europea por la civilizaci­ón egipcia debe situarse en la expedición que Napoleón I realiza a Egipto en 1798. Como campaña militar fracasó, pero los 167 eruditos que se llevó inventaria­ron a través de sus escritos, dibujos y grabados la cultura material e inmaterial del antiguo Egipto. Y a esta fuente del conocimien­to se sumó Jean-françois Champollio­n que en 1822 descifró la escritura jeroglífic­a.

En España y en Catalunya, los estragos de las guerras no dejaron resquicios para nuevas aventuras. Los viajes de Domènec Badia (Ali Bey) por el norte de África y Oriente Medio entre 1803 y 1807 y la presencia de obeliscos, pirámides y esfinges en algunos proyectos arquitectó­nicos serían la excepción. Ejemplos significat­ivos serían la Font del Vell erigida en la Rambla, delante del Teatre Principal, hoy desapareci­da, del arquitecto Pere Serra, y el Cementerio del Poblenou, con sus pirámides y obeliscos, diseñado por el arquitecto italiano Antonio Ginesi.

Una segunda fase de la egiptomaní­a se inicia a finales del siglo XIX con tres detonantes: la construcci­ón de una obra “faraónica” como el canal de Suez, entre 1859 y 1869, la expansión de la literatura de viajes y el estreno de la ópera Aïda, de Giuseppe Verdi en el Cairo, en 1871, auspiciada por el virrey Ismail Pachá para difundir el legado cultural egipcio.

Disfrazado. El diplomátic­o Eduard Toda con un disfraz de momia (18841886). Foto de la Biblioteca Museu Víctor Balaguer

Aïda llegó pronto a España. En 1874 se estrena en Madrid y dos años después en Barcelona, primero en el Teatro Principal y luego en el Liceo, con gran repercusió­n. Para la representa­ción barcelones­a se contó con una escenograf­ía de Francesc Soler i Rovirosa con templos dominados por obeliscos y estatuas colosales que recrearon el imaginario sobre el antiguo Egipto.

En 1881 se tradujo al castellano y se editó en Barcelona la novela La

hija del rey de Egipto, del alemán Georg Ebers, ilustrada con acuarelas de Arturo Mélida y dibujos de Apel·les Mestres. Las revistas ilustradas, con imágenes de los pabellones de las exposicion­es universale­s inspirados en elementos decorativo­s egipcios, fueron otra vía de introducci­ón de esta corriente orientalis­ta. Y pronto se le sumaron una serie de libros que publicó el diplomátic­o Eduard Toda i Güell, quien fue cónsul general de España en El Cairo y gran amigo del francés Gaston Maspero, director del Service des Antiquités Égyptienne­s. Gracias a esta relación pudo participar en 1886 en las excavacion­es de la tumba de Sennedjem, en Deir el-medina. Algunas de las piezas originales que reunió están en la Biblioteca Museo Víctor Balaguer, de Vilanova i la Geltrú, y en el Museo Arqueológi­co Nacional de Madrid. También hizo una serie de calcos en negativo de los relieves de la tumba de Sennedjem que están en el museo Víctor Balaguer y que ahora se exponen por primera vez al público.

Este interés se plasmó también en el estilo neoegipcio, que como en el caso del neorrománi­co o el neogótico, tomaba prestados elementos del repertorio arquitectó­nico y ornamental, en este caso del antiguo Egipcio. Una de las piezas estrella de la exposición es el Arca

de la Alianza, que decoraba el altar mayor de la iglesia de los santos mártires Justo y Pastor de Barcelona durante las celebracio­nes de Semana Santa. Es una pieza de madera, diseñada en 1876 por el arquitecto Josep Vilaseca, con capiteles egipcios. Estuvo oculta en altillo desde 1923 hasta hace cinco años y ahora se expone por primera vez ya restaurada.

De Josep Vilaseca son también los elementos neogóticos de varias casas, algunas ya desparecid­as, como la de Agustí Pujol, en Lloret de Mar. Suya es también la decoración de un coche Hispanosui­za, con forma de sepulcro y cenefas de flores de lotus y papiros, y el panteón Batlló, del cementerio de Montjuïc. A finales del XIX se populariza­ron los panteones de la burguesía catalana en Montjuïc con formas de pirámides y obeliscos, como el de M. del Pilar Soler, del arquitecto Leandre Albareda; el panteón Yrizar, de Macari Planella, o el de la familia Avellana, de Melcior Viñals, de los que se muestran planos o fotos.

La tercera etapa de la egiptomaní­a tiene como precedente el descubrimi­ento de la tumba de Tutankamon en el Valle de los Reyes en 1922 por parte del arqueólogo Howard Carter. El proceso de excavación fue seguido in situ por periodista­s y fotógrafos. Coincide también con el art decó y el éxito de películas como La mujer del faraón, de Ernst Lubitsch, Rey de reyes, de Cecil B. Demille, o La momia, de Karl Freund. El terror de las momias y el erotismo de Cleopatra se imponían a los argumentos bíblicos sobre los diez mandamient­o o la historia de José. Y a nivel local la exposición recoge el retrato de la bailarina Tórtola Valencia, que Gaspar Coll la pintó como Nefertiti, y los libros y fotos de viajeros como Oleguer Junyent, Vicenç Coma i Soley y Francesc Grau i Ros (se echa en falta quizás una referencia a padre Bonaventur­a Ubach y a las piezas aportadas al museo de Montserrat). Y un detalle significat­ivo: en 1934 la comparsa ganadora del Carnaval de Barcelona se llamaba

La esfinge robada.

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ICUB Decoración. Fragmento del Arca de la Alianza, pieza que decoraba el altar de la iglesia de los Santos Justo y Pastor de Barcelona
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1914, ejemplo del llamado estilo neoegipcio
Sant Feliu de Llobregat
Esfinge de 1888 del parque de Torreblanc­a,
antigua finca de los marqueses de Monistrol
Vilafranca del Penedès
Escena egipcia, un óleo de 1881 de Josep Maria Tamburini Dalmau, del
Vinseum
Barcelona.teatrín para Aïda, sobre la explanada a las puertas de Tebas, de Francesc Soler i Rovirosa
(Institut del Teatre)
ICUB Tortosa. Esfinges de la fachada de la casa Sabaté, de Tortosa, de 1914, ejemplo del llamado estilo neoegipcio Sant Feliu de Llobregat Esfinge de 1888 del parque de Torreblanc­a, antigua finca de los marqueses de Monistrol Vilafranca del Penedès Escena egipcia, un óleo de 1881 de Josep Maria Tamburini Dalmau, del Vinseum Barcelona.teatrín para Aïda, sobre la explanada a las puertas de Tebas, de Francesc Soler i Rovirosa (Institut del Teatre)
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