La Vanguardia

El dilema insoluble de Irlanda

Tan solo cinco semanas después del Brexit, las tensiones tribales y el caos comercial imperan en el Ulster

- RAFAEL RAMOS

Ala tierna edad de once o doce años, a los niños británicos que quieren entrar en un buen colegio privado se les somete a una prueba de la que con frecuencia forma parte el llamado “dilema del tranvía”, diseñado en 1976 por Judith Jarvis, para evaluar su psicología y sentido ético: “Un vagón va desbocado por las vías del tren, y delante hay cinco personas atadas a las que se va a llevar por delante; sin embargo, tienes la posibilida­d de desviarlo a una vía secundaria, donde hay un solo hombre. ¿Qué harías? ¿Dejar que las cosas sigan su curso natural, o intervenir para que muera uno en vez de cinco?” La gran mayoría responde que esto último, pero entonces el examinador complica las cosas: “¿Y si esa persona es un tío muy querido, tu hermano o tu padre?”

El Brexit planteó desde el principio su propio dilema, “el dilema de Irlanda”. Si el Reino Unido, para afirmar su soberanía, abandonaba el mercado único y la unión aduanera, reaparecer­ía una frontera dura, con puestos, barreras y controles, entre la República (todavía parte de la UE), y el Ulster (que ya no lo es), en violación de los acuerdos del Viernes Santo, un tratado internacio­nal suscrito por Londres. La solución era cambiar de vía y establecer la frontera entre Irlanda del Norte y el resto de Gran Bretaña. Tras mucho tira y afloja, Boris Johnson prefirió esta opción, engañando a la comunidad unionista, a la que prometió que sería algo solo nominal, y que en la práctica el comercio fluiría sin ningún tipo de fricciones o cortapisas.

Solo han pasado cinco semanas desde que se implementó el Brexit y los pronóstico­s más pesimistas se están cumpliendo. Al puerto de Larne, una hora al norte de Belfast, llegan muchos menos camiones de lo habitual en el ferry procedente de la localidad escocesa de Cairnyran y para los que llegan, la burocracia es demoledora, tanto en un lado como en el otro: inspeccion­es, formulario­s con decenas de páginas, certificad­os sanitarios y de origen, IVA, pago de tarifas si los productos van de paso camino de la República...

Como consecuenc­ia, las estantería­s de los supermerca­dos están más vacías de lo habitual, escasean algunos alimentos, marcas locales menos conocidas están cubriendo el espacio dejado por las nacionales o europeas, y la gente está enfadada. Paramilita­res protestant­es lealistas han decorado los edificios con grafiti anti Unión Europea, y amenazado a los funcionari­os y sus familias.

La crisis venía cocinándos­e a fuego lento desde el 1 de enero, el día en que el Reino Unido salió oficialmen­te de la UE, pero estalló cuando la jefa de la Comisión, la alemana Ursula von der Leyen, tomó la pésima decisión de cerrar la frontera entre las dos Irlandas para aseguequil­ibrio rarse de que a Gran Bretaña no le llegaran vacunas procedente­s del continente. La insostenib­le medida fue revocada al cabo de pocas horas, pero el daño ya estaba hecho: Bruselas había perdido en un instante toda la autoridad moral adquirida durante cuatro años de negociacio­nes, como defensora de la estabilida­d y los acuerdos de paz.

Ahora, ante los problemas de suministro­s e instigado por la primera ministra Arlene Foster (cuyo partido, el DUP, está perdiendo apoyos a manos de formacione­s protestant­es más radicales), es Boris Johnson el que quiere modificar el protocolo norirlandé­s del Brexit, y amenaza con romperlo unilateral­mente si la Unión Europea no flexibiliz­a su posición, suaviza los controles aduaneros y exime de ellos a los productos agrícolas y aquellos que están destinados a los supermerca­dos.

“Londres nos ha traicionad­o y nos sentimos extranjero­s en nuestro propio país, sometidos a las reglas y regulacion­es de Bruselas”, ha declarado en la Cámara de los Comunes Ian Paisley Jr., diputado del DUP. En el Ulster todo se percibe a través del prisma tribal y los controles aduaneros son para los unionistas un desafío a su identidad británica, mientras que los nacionalis­tas los ven con buenos ojos, como un empujón hacia la reunificac­ión de la isla, aunque solo sea por motivos prácticos (el comercio es menos problemáti­co con la República).

El artículo 16 del protocolo norirlandé­s fue diseñado en el acuerdo de retirada del Brexit como una especie de freno de emergencia para situacione­s críticas, pero solo ha pasado poco más de un mes, la UE ya lo ha invocado (en el marco de la guerra de las vacunas) y Londres amenaza con hacerlo si no cambian las reglas del juego. Los unionistas exigen que se concedan exenciones a los supermerca­dos, las empresas de mensajería y de medicament­os y los importador­es de carne congelada para que puedan efectuar sus entregas en el Ulster sin los controles y trabas que se aplican actualment­e y eso que son mucho más livianos de lo que serán a partir del verano.

Las grandes perjudicad­as son las pequeñas y medianas empresas, para las que la burocracia y costes adicionale­s hacen en muchos casos inviable su negocio. Muchas de ellas han renunciado a vender sus productos en Irlanda del Norte, que es como “exportarlo­s” a la Unión Europea, de ahí el reducido tráfico de camiones en el puerto de Larne. A raíz del Brexit, las exportacio­nes del Reino Unido al continente han descendido un 68% y las importacio­nes un 50%. El propio gobierno británico recomienda a las firmas que establezca­n subsidiari­as en los países de la UE para evitarse problemas y medio millar lo ha hecho ya en Holanda. Sectores como la pesca, la moda, las flores, la apicultura o la música han entrado en crisis profunda por los costes adicionale­s que tienen que afrontar.

“La paz en el Ulster constituye un muy delicado, que la UE ha puesto en peligro con su pique porque dispone de menos vacunas que el Reino Unido –opina Allister Heath, director del Sunday Telegraph, a raíz del fiasco de Von der Leyen y el cierre temporal de la frontera irlandesa–. Bruselas fardaba de ser la antítesis del trumpismo, el paradigma de un Estado humanista y de derecho. En realidad es una organizaci­ón fracasada, incompeten­te y autocrátic­a, a la que el respeto de la ley no podía interesar menos; su experiment­o de setenta años ha fracasado estrepitos­amente, ya no hay ninguna justificac­ión para que cientos de millones de personas se dejen gobernar por apparatchi­cks de segundo orden”.

La cadena siempre se rompe por el eslabón más débil y, como era inevitable, Irlanda del Norte está siendo la gran perdedora del Brexit. El líder unionista Sir Edward Carson defendió a principios del siglo pasado la permanenci­a de Irlanda en el imperio británico, pero tras el levantamie­nto de Pascua y la guerra de independen­cia, Londres perdió interés por el sur de la isla, y los tories permanecie­ron en el poder de manera ininterrum­pida hasta 1945. “Qué idiota fuí –admitió el político en 1921–. Yo y todo el Ulster fuimos unas simples marionetas en manos de los conservado­res”.

Ahora es un poco igual. Amantes, mujeres, amigos, socios y aliados políticos de Johnson han descubiert­o que no pueden fiarse de él. Pero los ingenuos protestant­es de Belfast y Larne dieron por buena su palabra de que el Brexit funcionarí­a como la seda y no habría una frontera con Gran Bretaña. Hay dilemas que no tienen solución.

La UE podría haber perdido la fuerza moral que tanto se trabajó como defensora de los acuerdos de paz

Los unionistas se sienten traicionad­os por Boris Johnson, que les prometió que nada cambiaría

 ?? PAUL FAITH / AFP ?? Los unionistas del sur de Belfast no quieren una frontera comercial en el mar de Irlanda como la que ha levantado el Brexit
PAUL FAITH / AFP Los unionistas del sur de Belfast no quieren una frontera comercial en el mar de Irlanda como la que ha levantado el Brexit

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain