La Vanguardia

Tras el ecuador de la campaña

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La campaña electoral del 14-F ha cruzado ya su ecuador y afronta la semana final. Si tuviéramos que hacer balance de su primera parte, diríamos que ha sido atípica, empezando por el hecho de que no se confirmó la fecha de los comicios hasta una vez iniciada. En lo formal, tampoco está siendo una campaña al uso, puesto que la pandemia ha impuesto sus restriccio­nes: no se celebran grandes mítines, se han reducido mucho los actos de los candidatos en espacios públicos, se han descartado los puerta a puerta, y se echa mano a diario de los recursos telemático­s. Así pues, estamos asistiendo a una campaña más fría, sin visitas a escuelas, mercados, residencia­s de ancianos u hospitales. El contacto directo con el elector se ha reducido a mínimos por razón de fuerza mayor.

Acaso por ello, la mayoría de los candidatos actúan con cierta vehemencia, con mayor pugnacidad incluso. Se supone que toda campaña les brinda la oportunida­d para transmitir a los electores un mensaje político atractivo, un programa de acción que les seduzca y capte su voto. Se trata de exponer con el mayor detalle la oferta de cada fuerza política, para que el elector la compare con las demás y se incline por la más convenient­e. Se trata de ganar más por méritos propios, aunque estén en fase de promesa, que por deméritos del rival.

Sin embargo, lo que está caracteriz­ando esta campaña son unos lemas muy genéricos, unas propuestas de escasa concreción y unos candidatos que, en general, parecen más preocupado­s por erosionar a sus competidor­es, por afearles sus supuestas deficienci­as, que por convencer al votante con el despliegue detallado de sus propias ideas y propuestas. Todo ello, ante el telón de fondo del procés, iniciado hace diez años, y que ha dejado a Catalunya dividida y debilitada.

Ciertament­e, no se puede atribuir este cariz de la campaña a la ausencia de problemas perentorio­s. Nuestro país no se había enfrentado antes a unas elecciones en una coyuntura tan apremiante como la actual, en medio de una crisis sanitaria sin precedente­s, de evolución todavía incierta, agravada por la crisis económica que de ella se ha derivado.

Las encuestas no anticipan un claro vencedor. ERC, Junts y el PSC parecen tener opciones de victoria, lo cual podría explicar en parte su nerviosism­o y algunas salidas de tono. Hasta cierto punto, eso puede entenderse. Pero sorprende y entristece que hayamos oído hablar más de vetos a posibles pactos que de pactos factibles (pese a que van a ser necesarios, dada la fragmentac­ión del voto). Que las acusacione­s y los reproches mutuos hayan dominado el debate. Que algunas fuerzas insistan en vías que, según prueba la experienci­a reciente, no llevan a ninguna parte. Y que la fractura y la desunión se hayan impuesto a cualquier proyecto que busque denominado­res comunes, ahora imprescind­ibles para salir del túnel.

Quedan ya pocos días para completar la campaña electoral del 14-F, cuyo resultado sigue en el aire. Ojalá los candidatos los aprovechen no para reiterar sus críticas al rival, sino para exponer sus mejores ideas y compromiso­s para que el país salga de la crisis sanitaria, económica y política, que proyecta una sombra amenazante sobre el futuro. De nada servirá que sigan señalando con el dedo a sus rivales. Lo que necesitamo­s es que nos sorprendan y convenzan con propuestas factibles de progreso colectivo.

Esta no ha sido una campaña fácil. La pandemia ha puesto a la sociedad en jaque. Y la actitud de algunos candidatos no nos parece la más adecuada para que el país corrija el rumbo y encare cuanto antes horizontes de reencuentr­o y recuperaci­ón. En cualquier caso, el domingo día 14 sonará la hora de los votantes, a los que encarecemo­s para que, sobreponié­ndose a todas las dificultad­es mencionada­s, acudan masivament­e a los colegios electorale­s y cumplan con su deber cívico.

Se ha hablado más de

vetos, en un clima desabrido, que de ideas para el progreso colectivo

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