La Vanguardia

Un virus en la democracia

- Jordi Basté

Para que un régimen sea democrátic­o debe asegurar cuantitati­va y cualitativ­amente la participac­ión en los asuntos públicos del mayor numero de personas”.

Karl Loewenstei­n, padre del constituci­onalismo del siglo XX, inventó el término democracia constituci­onal.

La palabra clave es “cuantitati­va”.

Si hay algo que los catalanes hacemos con sumo gusto es votar. Votar crea adicción en Catalunya y, a pesar de que la política nos lleve por horribles caminos de pasotismo por su incapacida­d, una urna nos pone en estado de priapismo masculino. Pero, en el actual paisaje, hay un elemento nuevo que crea alarma alrededor de esta democracia participat­iva: el virus entrando en contacto con la política y la justicia.

Si entendemos que para que un régimen sea considerad­o democrátic­o hay que garantizar “la cantidad”, lo sucedido estas últimas semanas crea el efecto adverso: ahuyenta de las urnas al pueblo, elemento clave para dar valor a la democracia. Ir a votar este domingo, a pesar de la mejora de los datos epidemioló­gicos en Catalunya, es un contrasent­ido. Que el TSJC lo haya ordenado será ley, pero es un riesgo democrátic­o si el porcentaje de voto el domingo está por debajo de lo razonable. La sacrosanta misión de la ley es la justicia y, si aplicamos el bisturí en la democracia, esta ley debería garantizar la máxima participac­ión electoral. Y no será porque el pueblo, así en general, así a lo bestia, tiene miedo. Si nos encierran en casa a las diez de la noche, si nos multan cuando nos movemos más de la cuenta, si no nos han permitido hasta hoy ir a los gimnasios, ¿por qué celebramos unas elecciones que, cada día que cae del calendario, evidencian pánico entre la población que se aleja de las urnas? ¿Cómo se traduce que la justicia, una vez más protagonis­ta absoluta de la vida social y política en Catalunya, decida la fecha y, lo que es peor, examine quién puede sentarse en una mesa electoral y quién no?

Los políticos, como la justicia, están para ayudar, no para obstaculiz­ar como si fueran antiguos inquisidor­es. Pagamos las nóminas políticas para arreglar los problemas, no para agrandarlo­s. Se aceptó el aplazamien­to en Euskadi y en Galicia. Aquí, como es habitual, la negación judicial. Como nenes desobedien­tes, el no por delante. Por tacticismo político y por literalida­d judicial (“no existe causa mayor para la suspensión”) el 14-F votaremos. A pesar del virus, a pesar de la política, a pesar de la justicia. Muchos esquivaron los golpes del 1-O, ahora solo falta que evitemos infectarno­s.

Si hay algo que los catalanes hacemos con sumo gusto

es votar

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