La Vanguardia

Brecha de tiempo

- Joana Bonet

Con la pandemia, el tiempo de estudio de las mujeres se ha reducido

Durante la Feira do Libro da Coruña, antes de la pandemia, coincidí con el matrimonio de escritores Lorenzo Silva y Noemí Trujillo, y comentamos la circunstan­cia de que ambos trabajasen en casa. “¿Y los niños, no os interrumpe­n?”, les pregunté, a lo que Noemí me respondió: “A él no; a mí siempre”. Recordé aquellas imágenes reveladas en biografías de John Cheever o Lev Tolstói: “Silencio, padre trabaja”. El escritor ajeno a la fiebre infantil y las rodillas ensangrent­adas, extranjero de la montaña de ropa por planchar. Su puerta era la de un castillo. No como las maternas, líneas franqueabl­es a demanda. De nada importa la relevancia del cargo ni el volumen de trabajo, una madre está abierta 24/7. Sus vidas poco se parecen a la de Madame du Châtelet, que se largó a un castillo en la Lorena con su amante, Voltaire, para escribir el Discurso sobre la

felicidad, traducir a Newton al francés y preparar un tratado de física dedicado a su hijo.

La pandemia ha agrandado la brecha de tiempo no retributiv­o de las mujeres, y también ha pospuesto sueños. En el foro europeo Women Business & Justice, organizado por el Col·legi de l’advocacia de Barcelona, la presidenta del Senado, Pilar Llop, advirtió que la covid “ha dilapidado el talento femenino, ahora en riesgo de retroceso”. Muchas carecen de una habitación propia para avanzar en sus estudios, proyectos o becas. Lo evidencian estudios realizados por la Complutens­e sobre el impacto del confinamie­nto. Persiste la vieja dinámica del reparto de tareas: antes del virus, las investigad­oras dedicaban una media de 6,2 horas semanales a trabajar en sus publicacio­nes, hoy su tiempo de estudio se ha reducido a 1,6 horas, mientras que el de los hombres ha aumentado más de una hora. Las cifras, neutras y opacas, oscurecen siempre a la minoría: aquellos que lejos de acomodarse en su burbuja son compañeros de veras –la etimología de la palabra recuerda el vínculo entre aquellos que compartían el pan– y apuestan por construir a cuatro manos. El valor del tiempo no debería tener género ni sexo, aunque el de las mujeres siga cotizando a la baja.

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