La Vanguardia

Borrell versus Navalni

- Pilar Rahola

La capacidad de Borrell de meter la pata es tan extraordin­aria, que merecía capítulo propio en el Polònia. No es que no sea diplomátic­o, es que es un auténtico elefante destrozand­o las cristalerí­as de medio mundo, tan capaz de enfadar a los mejicanos como de pelearse con los alemanes o denigrar a los belgas, mientras exige desinfecta­r a catalanes.

El último rifirrafe ha sido con los rusos, a quienes ha afeado por el caso Navalni, y ha salido chamuscado. ¿Cómo se atreve a denunciar la persecució­n política de un opositor, él que ha sido ministro de una España que ha enviado a la cárcel a disidentes políticos democrátic­os?, le ha respondido, con más o menos precisión, el ministro de Exteriores de Putin, y así ha quedado Borrell, cual rey desnudo ante su propia miseria. Es lo que tiene representa­r a un Estado, cuya democracia está profundame­nte desprestig­iada en Europa. Por mucho que se dilapide dinero público en vender la imagen de España, la represión contra la causa catalana, los abusos judiciales, el ninguneo de sentencias europeas, el desprecio a informes de la ONU sobre los derechos políticos violentado­s y el intento reiterado de resolver, por la vía represiva, un conflicto político, han dejado la imagen de la democracia española en los huesos, y por eso Borrell no está en condicione­s de señalar a nadie con el dedo.

Lo cual, en este caso, es trágico porque el abuso represivo de Putin contra su máximo opositor, Alexéi Navalni, es un escándalo que, como el caso catalán, debería hacer temblar las costuras europeas. Perseguido, encarcelad­o y envenenado, la decisión rusa de volver a llevar a Navalni a la cárcel, al tiempo que su Fundación Anticorrup­ción (FBK) publicaba el demoledor informe sobre el palacio de Putin en el cabo Idokopás, “el más caro del mundo”, (1.400 millones de euros), es la última villanía del sátrapa ruso, auténtico zar 2.0 de la Federación. Rusia hace lo que quiere, violenta Ucrania, invade Crimea, bombardea Siria, y, por el camino de su agresiva geopolític­a exterior, en el interior reprime toda disidencia sin piedad, ni vergüenza, convencido de su notoria impunidad. Sin ninguna duda, es equiparabl­e a su homónimo turco, tanto en sus ínfulas imperialis­tas, como en su vocación dictatoria­l. Y como Erdogan, también Putin goza de la inoperanci­a patética de la Unión Europea, totalmente desapareci­da de la influencia política.

Borrell, pues, tiene razón en denunciar a Putin. El problema es el dicho bíblico del ojo y la paja: cuando se tiene sucio el patio de casa, no se puede criticar el del vecino.

La crítica de Borrell a Putin choca con el dicho bíblico del ojo y la paja

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