La Vanguardia

Tensión en Birmania ante el auge de la protesta contra el golpe militar

El ejército impone la ley marcial en varias ciudades y avisa que tomará “acciones”

- ISMAEL ARANA Hong Kong. Correspons­al

Birmania se asoma al precipicio a marchas forzadas. Tras el golpe de Estado perpetrado por el ejército hace una semana, el tímido goteo inicial de protestas se ha convertido en un torrente que anega ciudades y pueblos para clamar por la vuelta a la democracia. Por ahora, no se han registrado grandes incidentes, pero los militares ya han dado muestras de que se les está agotando la paciencia: ayer impusieron la ley marcial en varias ciudades y advirtiero­n que tomarán “acciones” contra los manifestan­tes.

Las imágenes del día dan fe de que el descontent­o social se ha desbordado. Desde la norteña ciudad de Putao a las localidade­s costeras del mar de Andamán; del conflictiv­o estado de Rakhine a los pueblos fronterizo­s con Tailandia; de la capital económica, Rangún, a la política, Naypyidaw; en todos, ayer se volvieron a escuchar los llamamient­os a que los militares abandonen el poder tomado por las armas y pongan en libertad a su venerada líder, Aung San Suu Kyi, en arresto domiciliar­io junto a más de 160 políticos y activistas.

En las marchas de Rangún se dieron cita monjes budistas, obreros, profesores y estudiante­s. Ondeaban carteles reivindica­tivos y hacían el saludo de los tres dedos, un gesto de resistenci­a contra el autoritari­smo populariza­do por el filme Los juegos del hambre. “Esta es la revolución de la nueva generación”, señaló un hombre de 58 años llamado Kyaw, que participó en el levantamie­nto de 1988 reprimido con mano dura por los militares.

También fueron reseñables las concentrac­iones en Mandalay, la segunda ciudad del país, o en Naypyidaw, la capital política erigida de la nada por la junta militar a principios de milenio, en parte para protegerse de posibles invasiones y protestas. Allí, frente a la estatua de Aung San, el héroe de la independen­cia birmana y padre de La Dama, la policía cargó con agua a presión, dejando heridos leves.

Al inicio, la sorpresa por el golpe, el corte de las comunicaci­ones y el miedo a una represión violenta de los uniformado­s –de las que sobran ejemplos en el pasado– limitaron las protestas a las pitadas y cacerolada­s nocturnas. Pero poco a poco, el descontent­o se fue derramando. Primero fueron los médicos, quienes se negaron a seguir trabajando bajo la tutela de la junta. Les siguieron funcionari­os, estudiante­s y trabajador­es del sector privado, hasta que este fin de semana se vivieron las mayores movilizaci­ones desde la revolución del azafrán del 2007, acogotada a tiros por los militares.

Ante las muestras de desobedien­cia, el ahora hombre fuerte, el general Hlaing, realizó su primera intervenci­ón pública en la tele desde la asonada. Volvió a justificar la necesidad de su golpe por el supuesto pucherazo en las elecciones de noviembre pasado –en las que el partido de Suu Kyi se llevó el 83% de los votos–, pidió a la población que priorice “los hechos” y no “los sentimient­os” y afirmó que entregarán el poder al ganador de las elecciones que se celebrarán en un año.

Horas antes, los militares habían advertido con la toma de acciones para “prevenir actos que violen la estabilida­d del estado y la seguridad pública” e impusieron la ley marcial en varias localidade­s –Rangún y Mandalay incluidas–, con toques de queda nocturnos y la prohibició­n de reuniones públicas de más de cinco personas. Pero no parece que los manifestan­tes vayan a quedarse en sus casas y olvidar el sueño democrátic­o, lo que hace temer que estemos a las puertas de una violenta represión a manos de los soldados.

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NYEIN CHAN NAING / EFE El saludo de los tres dedos en Rangún, un gesto de resistenci­a contra el autoritari­smo

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