La Vanguardia

Piedras, papeles y tijeras contra Vox

- Sergi Pàmies

Empieza el juicio de los papeles de Bárcenas y en la Cope Carlos Herrera dice que la sede del PP de la calle Génova está maldita. Sería una buena película de terror: un edificio del centro de Madrid asediado por fantasmas malignos y zombis. La esencia del presunto delito: pagar sobresueld­os a dirigentes que después no se declaraban y que procedían de una llamada caja B que, con el tiempo, se transformó en caja negra.

En otros ámbitos de la economía está de moda el bajosueldo. Devalúa el sueldo que deberían cobrar los que no tienen posibilida­d de refugiarse ni en Suiza, ni en Andorra, ni en Arabia Saudí ni de esconderse en ninguna caja negra. Contagiado por esta inquietud salarial, en el debate de la Ser Salvador Illa propuso recortar el sueldo del presidente de la Generalita­t. Es la típica contorsión demagógica que debilita tanto el valor institucio­nal del cargo como el respeto por quien debe encarnarlo.

Durante el fin de semana han abundado los contrastes sobre credibilid­ad democrátic­a. Arnaldo Otegi acompaña a los dirigentes de ERC en un mitin y la caravana de Vox es recibida como conviene a sus intereses propagandí­sticos: con persecucio­nes y lanzamient­o de piedras, una respuesta peligrosam­ente celebrada. Quizá para explicar estas contradicc­iones, el candidato Pere Aragonès recuerda el frente del Ebro y habla de detener el fascismo. Estos arrebatos de resistenci­a nostálgica deforman la trágica evidencia de cómo acabó todo aquello y convierten la memoria en un simulacro de la fantasía que Vox explota hasta la náusea.

En El món a RAC1, Jordi Basté entrevista a Salvador Illa, que habla cada vez más bajito, como si quisiera adoptar el estilo susurrante de David Fernàndez.

Illa dice que a Vox no se la combate con pedradas sino con argumentos. Puede que tenga razón, pero entonces los argumentos deben tener la valentía de no desatender las cuestiones más incómodas del repertorio de problemas. Y deben renunciar a la retórica del postureo puritano y demostrar que, además de pedradas y argumentos, de vez en cuando también hay que tomar decisiones que no espoleen la antipolíti­ca, la desesperac­ión, el patriotism­o testosteró­nico y la intransige­ncia. Entre los adeptos a Vox hay exmilitant­es de la extrema izquierda. Es una evolución que, hace más de treinta años, ya vivieron los franceses con el Frente Nacional. El humorista Coluche, que se presentó a las elecciones como una forma de provocació­n subversiva, decía que pasar de la extrema izquierda a la extrema derecha era una simple cuestión de edad. Como chiste, funcionaba, pero cuando ves que muchos jóvenes votarán a Vox, la broma pierde eficacia.

Illa dice que a Vox no se la combate a pedradas sino con argumentos

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