La Vanguardia

La pieza que falta del puzle

- Antón Costas

Hay cosas en las que no vale la pena gastar tiempo especuland­o cómo serán si pronto lo sabremos. Es el caso de las elecciones del próximo 14-F. Tampoco es útil emplear tiempo en pronóstico­s sobre qué tipo de coalicione­s de gobierno se producirán. Los vetos cruzados preelector­ales tienen escaso valor para predecir las coalicione­s que finalmente se formarán. “El poder hace extraños compañeros de cama”, sentenció Manuel Fraga sobre este asunto.

En cualquier caso, mi deseo sería que el Govern que resulte de las elecciones siga la recomendac­ión del filósofo José Ortega y Gasset en su Meditación del pueblo joven: “¡Argentinos! ¡A las cosas, a las cosas!”. Los catalanes necesitamo­s con urgencia ponernos a las cosas, que tan abandonada­s han estado desde hace una década.

Pero me temo que la política catalana seguirá siendo durante un tiempo inestable, imprevisib­le, proclive a lo simbólico y a las emociones. La razón es que al puzle político catalán le falta una pieza que es esencial para la estabilida­d del mapa político y la gobernació­n: la del nacionalis­mo conservado­r moderado. Un nacionalis­mo capaz de gobernar en coalición con fuerzas políticas progresist­as. El ejemplo es el caso del Partido Nacionalis­ta Vasco (PNV) y su coalición de gobierno con el Partido Socialista de Euskadi (PSE).

Ese nacionalis­mo conservado­r moderado existió durante la larga etapa de gobiernos de CIU. Pero desapareci­ó con el brusco viraje de timón que en el año 2012 dio el presidente Artur Mas desde el nacionalis­mo moderado hacia el independen­tismo. El momentum escogido fue la fracasada reunión con el presidente Mariano Rajoy para negociar un pacto fiscal a la vasca. Con la perspectiv­a de hoy, creo poder afirmar que Artur Mas es consciente de que fue un viraje precipitad­o.

¿Cuál fue la causa de ese viraje? Hay dos posibles respuestas. Una es que el giro respondies­e a un intento del presidente Mas por mantener el poder en manos de CIU cuando los casos de corrupción comenzaban a emerger y sentía el aliento de ERC en el cogote. Otra es que ese giro haya venido desde abajo, de la radicaliza­ción que se estaba produciend­o en ese momento en el electorado nacionalis­ta conservado­r y burgués.

No son respuestas excluyente­s. Pero que el impulso principal haya venido de la oferta de los dirigentes o de la demanda de sus bases radicaliza­das es importante para predecir cuándo se puede volver a reponer esa pieza que ahora falta en el puzle. Si ha sido la radicaliza­ción de sus electores, entonces tendrá que pasar aún algún tiempo hasta que los votantes nacionalis­tas conservado­res abandonen la búsqueda del placer improducti­vo que produce la excitación de la política simbólica antes de volver a disfrutar del placer de la comodidad de la política de las cosas.

Con el tiempo transcurri­do y la informació­n que he podido ir conociendo, tengo la convicción de que cuando Artur Mas fue a la entrevista de la Moncloa para proponer el pacto fiscal sabía que Mariano Rajoy no podía consentir en esa petición. Pero sentía la necesidad de dar ese giro de timón para mantenerse como el cauce capaz de volver a canalizar lo que entendía que era la nueva centralida­d nacionalis­ta radical que se desbordaba por las calles.

La política, lo mismo que la naturaleza, tiene horror vacui. La ley de Gay-lussac de los gases aplicada a la política predice que otros partidos buscarán ocupar el vacío que ha dejado el nacionalis­mo moderado. Pero será una ocupación oportunist­a y temporal. El magistral movimiento de Miquel Iceta con su pas al costat y su sustitució­n por Salvador Illa, además de mejorar la posición socialista, facilitará la reposición de la pieza del nacionalis­mo conservado­r moderado. Aunque quizá haya que esperar a las siguientes elecciones.

Otros partidos buscarán ocupar el vacío que ha dejado el nacionalis­mo moderado

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