La Vanguardia

Las visitas indeseable­s

- Núria Escur

Fueron llegando a casa sin previo aviso. Primero esperaban abajo, donde los buzones. Luego empezaron a entrar de la mano de algún vecino, incluso miembros de tu familia te las presentaba­n apenas pisar la alfombra. Al final se las apañaban para meterse en casa.

De todos los tamaños, de todos los colores, con todas las intencione­s. Escondidas en sobres. La primera en aparecer fue propaganda de Ciudadanos (corazón en el reverso y un apaño de caligrafía delante), la segunda la de Vox (rayas verdiguald­as como el ejército de Playmobil o las cortinas Dayton de cretona), el tercero en postularse PDECAT... Desechadas.

El resto ya no entró en casa. No pasaron del rellano. Parecía que te invitaban a salir, al baile, vamos (el feo, el plasta, el loco) ofertando al mejor postor sin convencer a nadie.

Pediría, a quien correspond­a, que no malgaste presupuest­o en propaganda. Todos esos sobres van –a menudo sin abrir– de la puerta a la papelera porque los ciudadanos que votan ya saben a quién y los que no ¿para qué la quieren?

Cero ganas de votar es la primera consecuenc­ia de un exceso de propaganda invasiva. Aprovecho para reclamar, creo que en nombre de otros tantos, también a quien correspond­a, que dejen de meternos por los ojos anuncios de cosas que no pedimos, machaconam­ente, solo porque un día buscamos en el móvil un viaje a California o una butaca ergonómica. Qué tortura. Móviles que escuchan y pantallas que se adelantan a ti.

–¿Soy la única a la que le aparecen correctore­s para los juanetes?

–Yo recibo avalanchas de cervezas artesanas. –A mí me llueven modelos de chaisse longue. Que no entren en casa visitas a quien nadie invita, que no nos inunden la mente; tampoco quienes venden votos. Y una ola, calurosa, al derecho de admisión.

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