La Vanguardia

El nuevo límite de los 55

- Màrius Serra

La vida es una exploració­n constante de límites enmarcada entre el nacimiento y la muerte, los dos únicos que son infranquea­bles. Desde que entramos en el sistema educativo, la edad acostumbra a ser la vía que encarrila nuestros avances vitales. Solo los cursos de preescolar van asociados a una edad concreta, de 3 a 5, pero luego seguimos relacionan­do cada curso a una edad aproximada y esta guía nos permite situar la trayectori­a de cada cual hasta la mayoría de edad. Aún recuerdo lo largos que se me hicieron los dos últimos años antes de cumplir los 18, hasta el punto de que me informé sobre los trámites que debíamos seguir para obtener la emancipaci­ón, posible a partir de los 16. Celebré los 18 desde el primer minuto. La medianoche del 30 de abril al 1 de mayo de 1981 entré en el Club Helena, un bingo que había en la Diagonal, y en los meses siguientes me dediqué a probar todo lo que me había sido vetado: ir al casino, sacarme el carnet de conducir, entrar a los cines a ver pelis para mayores de 18 años... entre otras actividade­s que ahora sería latoso rememorar. Todas las culturas tienen sus ritos de iniciación, a veces en edades más tiernas o maduras. En casa me solían recordar que en otros tiempos no hubiera obtenido la mayoría de edad hasta los 21. Una vez superado este primer obstáculo, los límites se relajan y toman otro cariz. De hecho, dejan de tener relación con la puerta de entrada y empiezan a recordarte la de salida. Pronto me vi apurando las ventajas del abono Interrail, que caducaban cuando pasabas de 25 años, igual como generacion­es posteriore­s vivieron el luto por la juventud perdida cuando cumplieron 30 años y les caducó el Carnet Jove.

De los 31 en adelante todo es bajada. Aún recuerdo la impresión que me causó la normativa de admisión a una atracción en Gardaland, una especie de Port Aventura a la vera del lago italiano de Garda. Era un clon del Dragon Khan. Hice cola con mi hija de once años y, cuando ya nos tocaba, resultó que ella no dio la talla para montarse. Aliviado, renunciamo­s a subir, pero de reojo me fijé en el cartel: un mínimo de centímetro­s y una edad máxima. 50 años. 50. Yo entonces tenía 43, pero recuerdo que fue la primera vez que me vi cerca del límite de edad por la franja alta. Ahora que tengo 57 la vacuna de Astrazenec­a ya me deja en el limbo, porque la Generalita­t apostaba por no administra­rla a mayores de los canónicos 65 años, pero el ministerio ha rebajado el tope a los 55. Tal vez la vacunación por franjas de edad aún consolidar­á nuevos límites, pero los que ya empezamos a tener mucha juventud acumulada sabemos que la edad es una cuestión puramente mental. ¿Verdad? ¿Verdad que sí?

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