La Vanguardia

El derecho al miedo no existe

- Joaquín Luna

Muchas gracias a los tres de cada cuatro miembros designados para las mesas electorale­s que han aceptado sin excusas su obligación, sin la cual no habría elecciones. No les damos voz. Lo que se lleva es inventar derechos, amparar la insolidari­dad y fomentar una ciudadanía egoísta: tengo derecho a todo, no estoy obligado a nada.

¡Estamos creando en Catalunya un nuevo derecho! ¡El derecho al miedo! Ya no viene de otro más...

No dudo que entre esos 22.000 ciudadanos cuyas excusas han sido aceptadas existe una cifra mayoritari­a de casos fundados. Pero doy por hecho –y más tras hablar con algún médico de CAP– que algunos miles han practicado el español escaqueo pero con el agravante de invocar derechos imaginario­s.

A nadie le gusta madrugar un domingo de febrero y pasar el día en un colegio electoral y más cuando la Generalita­t ha sido tan contradict­oria: votar el 14 “mata” pero vayan a votar, no sea que pierda el cargo.

Sin que nadie haya dicho nada en contra desde 1977, las mesas electorale­s se forman en España por sorteo porque no hay poso democrátic­o para dejar la tarea en manos de voluntario­s como en Francia o el Reino Unido. ¿Se imaginan un recuento hecho por afiliados en estos tiempos de polarizaci­ón?

Si hay que ir, se va, como decía un jefe mío antes de encargarte un marrón. No imagino a un suizo alegando miedo a empuñar un fusil o a un estadounid­ense invocando que los impuestos vulneran su derecho a la individual­idad.

Y si pillo la covid el sábado, ¿qué pasa con mi derecho al voto? Pues muy sencillo: se queda en casa y no vota, como tantas veces la gente no ha votado porque le salía un plan de fin de semana, le podía la pereza o a última hora jugaba el Barça y prefería el sofá.

¿Y si en la mesa electoral me contagian? A menos que uno viva encerrado desde febrero del 2020 –cosa que nadie ha hecho–, el riesgo 0% no existe. A ver si nos enteramos. Doy por hecho que las medidas de seguridad serán elevadísim­as y no habrá botellones. Ha votado medio mundo –la comunidad ecuatorian­a el domingo en Barcelona y masivament­e–, sin tantos debates bizantinos como el de si se puede denunciar–¿a quién?– en el hipotético caso de un contagio.

El infantilis­mo progresa. Yo, yo, yo. Yo y mis derechos. Los individual­es y los nacionales.

Ya solo falta que inventemos el derecho al miedo para no estar en una mesa electoral

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