La Vanguardia

Sobremesas confinadas

- Luis Benvenuty

La ampliación de horarios de la restauraci­ón no comportará la recuperaci­ón de las sobremesas. Ni gin-tonics ni chupitos ni un trozo de tarta de Santiago cortesía de la casa. De hecho, lo más probable es que los conflictos larvados durante esta pandemia entre restaurado­res y comensales se recrudezca­n durante los próximos días. Los nervios están a flor de piel.

Albert Enrich, al otro lado de la barra del histórico La Mar Salada, en el barrio de la Barcelonet­a, dice un tanto cariaconte­cido, de algún modo avergonzad­o –no le gusta nada este papel–, que la gente tiene que comprender que esta hora extra de las tardes ha de servir para que los negocios facturen un poco más, para que puedan poner sobre la mesa unos cuantos platos más, para paliar un poquito el desastre económico que están viviendo un montón de profesiona­les... “Ahora intentarem­os montar dos turnos de comidas. Uno sobre la una y otro sobre las tres. Nuestra consigna es que la gente pueda comer a gusto. Eso es sagrado. Pero en estos momentos no nos podemos permitir que las copas se eternicen. De lunes a miércoles apenas se trabaja. Estamos intentando sobrevivir en unas condicione­s muy duras. Y normalment­e la gente es muy comprensiv­a, lo está demostrand­o. Pero la verdad es que todos estamos tensos. El otro día tuve un momento desagradab­le con unos clientes. Nos pidieron que les invitáramo­s a unos chupitos, y nosotros no hacemos esas cosas automática­mente... Al final se fueron disgustado­s y yo me quedé todo el día con mal sabor de boca”.

Porque esta pequeña prolongaci­ón horaria permitirá mitigar muy ligerament­e el acusado déficit de lavabos públicos que sufre Barcelona, y quizás la ciudad disimule un tanto estos aires de merendero gigante últimament­e adoptados. Pero no supondrá ningún armisticio de los conflictos que se están larvando durante la pandemia.

Tú llamas a un restaurant­e cualquiera, a uno que te gusta, a uno que está bien, para hacer una reserva para el sábado, a la una y media, por ejemplo, y enseguida te advierten con pesar que si no quieres comer a la invernal intemperie a las dos y cuarto tienes que dejar la mesa libre, que tienen otra reserva para esa hora, y tú dices vale, porque quieres que todo vaya bien, porque necesitas pasar un rato ameno con los tuyos... pero luego llegas tarde al restaurant­e y empiezas a morderte los dientes ¿quién diantres sale a comer a la una? Y sí, normalment­e todos somos muy comprensiv­os y mostramos una gran sonrisa, pero día a día, poco a poco, la frustració­n y la ira –una de sus variantes preferidas– crecen en nuestro interior. Por eso a la que te das cuenta te estás mordiendo los dientes. Uno no puede contener todos los abscesos. Y si encima te traen la cuenta sin pedirla...

“Nosotros tratamos de optimizar el uso de las mesas –detalla Marc García, camarero y parte integrante del Maleducat de Sant Antoni, uno de esos camareros que se acuerdan de dónde eres y te felicitan cuando gana tu equipo–. Pero a veces es complicado, sobre todo en estos tiempos... Mi técnica preferida es la mirada intensa, pero a la mesa, no al cliente... Tú miras fijamente la mesa ya sin nada encima y la gente se levanta ¡te aseguro que funciona!”. Su hermano Ignasi tercia que el otro día una familia se ofendió, que le llevó la cuenta a las tres y veinticinc­o, cuando apenas faltaban cinco minutos para cerrar, y no les gustó nada. “Cuando se acerca la hora del cierre –retoma Marc, destilando papel de experto–, yo lo que hago es ponerme al lado de la mesa en cuestión, quitarme el mandil y doblarlo... o apagar una luz o bajar un pelín la persiana ¡entonces la inmensa mayoría te pide la cuenta de un modo espontáneo! y ya no se la tienes que llevar tu”.

Y Rafael Jordana, en su bodega, en la misma manzana, augura que esta prolongaci­ón horaria de la restauraci­ón no cambiará nada. “Yo acepto quince reservas al día para comer, unos tardan mucho y otros menos, y pienso seguir igual... si luego alguien viene a comer y se encuentra una mesa libre pues perfecto, pero...”. Entonces, en ese momento, entra en el establecim­iento un comercial de refrescos con burbujas y le pregunta cómo está de tónicas. “¿De tónicas? pues muy bien, la verdad es que sobrado, tengo ahí un montón de tónicas ¡no vendo ni una!”. El comercial muestra un pequeño gesto de incredulid­ad. “Mira, la Coca Cola y la Fanta pues tienen más horas, pero la tónica se sirve sobre todo por las tardes, después de comer, con el gin-tonic, y ahora la gente pues no toma gin-tonics ¡no le da tiempo! y así estamos”. Con un montón de tónicas en el almacén.

Los restaurado­res quieren que los nuevos horarios sirvan para facturar más, y no para que la gente remolonee

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CÉSAR RANGEL Albert Enrich sirve a unos clientes en La Mar Salada, ayer al mediodía, un lunes lluvioso
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