La Vanguardia

El futuro de Behemot

- Josep Maria Ruiz Simon

Enel Libro de Job se describen con todo lujo de detalles dos bestias estremeced­oras: Leviatán y Behemot. A Behemot se lo caracteriz­a como un animal terrestre, de una fortaleza inconmovib­le, al que no conviene despertar. A Leviatán, como un monstruo marino con un poder incomparab­le. A lo largo de los siglos, estas dos figuras bíblicas se han interpreta­do como símbolos de distintas realidades. En algunas lecturas, las dos bestias, que mantienen una guerra sin tregua, simbolizan grandes potencias mundiales enfrentada­s; en otras, la lucha entre dos poderes, sobre todo entre el civil y el eclesiásti­co. Esta última interpreta­ción se encuentra tras el uso que, en el siglo XVII, Thomas Hobbes hizo del nombre de estos monstruos para titular dos de sus obras más importante­s. En el bestiario barroco de Hobbes, Leviatán es un dios mortal y benéfico que actúa como una personific­ación del Estado soberano que garantiza la seguridad de los súbditos, mientras que Behemot acaba simbolizan­do tanto la palabra sediciosa y demagógica del sectarismo y el fanatismo religiosos que pretenden someterlo como la situación revolucion­aria, anárquica o de guerra civil que puede surgir de esta confrontac­ión. Durante el III Reich, el jurista Carl Schmitt, a quien siempre le agradó jugar con estas fieras, ofició las exequias de la imagen mítica del Estado moderno Leviatán pintada por Hobbes. Para él, que entonces era afecto al nazismo, el antes temible monstruo marino ya solo era el cadáver de una gran ballena, que había sido cazada y descuartiz­ada por los poderes indirectos y que no servía como símbolo del nuevo estado totalitari­o. Al otro lado del campo de batalla, Franz

En las elecciones del domingo se decidirá, entre otras cosas, el futuro lugar de residencia de Behemot

Neumann recicló para otro uso la figura de Behemot, que, en su libro titulado con este nombre, simbolizab­a la naturaleza del régimen hitleriano, que describía como “un no-estado, un caos, una situación de ilegalidad, desorden y anarquía”.

Acabada la guerra, Bertrand de Jouvenel, que también veía en el Leviatán un símbolo obsoleto, puso en escena un tercer monstruo: el Minotauro, el ser mitológico con cuerpo de hombre y cabeza de toro para quien Minos hizo construir un palacio (el laberinto), donde lo encerró para que no pudiera salir. El Minotauro es una figura ambigua. Puede simbolizar tanto el poder instalado en la sala de máquinas del Estado como el Estado que hace del aumento de este poder y de los recursos que le permiten ejercerlo su principal objetivo y que, como esta criatura monstruosa, devora todo aquello de que se puede alimentar. A principios de los 60, Jaume Vicens Vives, que había leído a Jouvenel, prescribió al catalanism­o la necesidad de aprender a relacionar­se con el Minotauro y a manejar las palancas de su maquinaria. Pero su facción hegemónica, que siempre prefirió presentars­e como un ejemplar único de nación sin Estado y ver Leviatán o el Minotauro como un fenómeno extranjero, ha acabado interpreta­ndo el esperpénti­co papel de un nuevo Behemot paródicame­nte revolucion­ario. En las elecciones del domingo se decidirá, entre otras cosas, el futuro lugar de residencia de este fantástico animal.

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