El año Joan Manén recupera la obra de un genio que lleva medio siglo olvidado
Su megalomanía y la dificultad de su música jugaron en contra de su pervivencia
Niño prodigio del violín y compositor autodidacta, Joan Manén (18831971) era hijo de un estrafalario gerente del textil que en cuanto cumplió once 11 años lo puso a dar conciertos. Lo apartó del estudio de violín y se lo llevó de gira por América Latina hasta hacerlo debutar en el Carnegie Hall de Nueva York. No importaba que la Cort española lo quisiera becar en Bruselas... “Cómo quiere enseñarle usted mismo si no es músico”, se lamentaba el profesor belga que quedó boquiabierto ante el talento del joven violinista. “Muy sencillo, yo indico dónde está el error y él encuentra la forma de solucionarlo”, atajó el padre.
No deja de sorprender que a los 50 años de la muerte de Manén, su nombre y obra adolezcan del reconocimiento que le corresponde. El año Manén que ahora empieza reivindica una figura primordial en la historia musical catalana, un violinista con una de las carreras de mayor prestigio internacional (más de 4.000 conciertos por todo Europa y América), a quien a inicios del s. XX se consideró heredero del gran Pablo Sarasate. Y a quién la crítica alemana comparó por sus óperas y sinfonismo con R. Strauss o Mahler.
Pero Manén no tuvo una niñez normal. Acudió solo tres meses a la escuela (se peleaba con todo el mundo) y a los 14, cuando empezaba a odiar el violín, el padre lo puso a componer sin que el chico supiera por dónde empezar. Cuando a los 15 va a Berlín, contacta con el mánager de Sarasate. Y aprende yendo a conciertos y disfrutando de una importante biblioteca musical. Además se enriquece en contacto con grandes como Max Bruch, Antonin Dvorak, Camile Saint Saens... Y la Filarmónica de Berlín, de Viena o el Concertgebouw le interpretan obras.
¿Cómo cayó su nombre del patrimonio musical catalán y tuvo que surgir una Asociación Joan Manén para que con el apoyo de la Generalitat se ponga ahora remedio?
“Las razones del olvido hay que buscarlas en parte en su lenguaje postromántico nacionalista, que quizá ya no comulgaba con las nuevas tendencias compositivas del momento. Eso hizo que lo arrinconaran como un autor pasado de moda, sin ir a conocer la calidad de su obra. Por otra parte, vivió hasta los 88 años, una longevidad poco usual en alguien del siglo XIX, lo que hizo que su figura se fuera diluyendo”.
Lo explica el pianista Daniel Blanch, comisario del Año Manén y uno de los fundadores de la mencionada asociación, que surgió hace una década de la reunión que un grupo de músicos mantuvo junto con el empresario Joan Mas cuando se conmemoró el 125.º aniversario del nacimiento del genio barcelonés. En aquel momento hablar del compositor y violinista suponía tratar una figura completamente desconocida de la historia musical en Catalunya, y por lo tanto era necesario poner en valor su importancia.
Pero en este olvido también juega un papel su personalidad. “Era muy orgulloso, un megalómano, tenía un divismo que tiraba atrás y hacía que mucha gente aquí no sintonizara”, indica Blanch. No se entendió con el Liceu, donde había estrenado Giovanna di Napoli, Neró i Acté (1903) y Soledad (1952), y decidió hacer su propio auditorio en la calle Balmes. Invirtió una fortuna personal pero no culminó. En Catalunya ha tenido que desaparecer la generación que lo conoció por valorarlo no como persona sino como músico.
Y hay otro factor que hace que no sea programado: la dificultad. Sus obras para violín están al nivel de su técnica. Y en sinfonismo adquiere dimensiones grandilocuente, de gran amplitud y extensión. “Le gustaba desarrollar mucho los temas. Y aquí éramos más amantes de la pequeña forma y la concisión”, apunta al comisario. “Su música puede parecer que tiene muchas influencias y diversas y que por lo tanto no tiene personalidad, pero demuestra una construcción perfecta de los temas y leit motives, parecido a Wagner, u con gran nivel de inspiración”.
En Europa se le veía como el heredero de Sarasate y la crítica lo consideraba el Strauss o el Mahler español