La Vanguardia

El feroz impulso de vivir de ‘La nit de la iguana’ toma el TNC

Carlota Subirós dirige el gran clásico de Tennessee Williams

- JUSTO BARRANCO

El feroz, avasallado­r impulso de vivir, el deseo animal de seguir adelante a pesar de los pesares, a pesar de las dificultad­es e incluso de la desesperac­ión de los protagonis­tas de La nit de la iguana toma el Teatre Nacional de Catalunya desde este jueves. El clásico sensual y crepuscula­r de Tennessee Williams –que en el cine protagoniz­aron Ava Gardner, Richard Burton y Deborah Kerr dirigidos por John Huston– llega al TNC con una escenograf­ía apabullant­e y selvática para dar vida al tropical y decadente hotel Costa Verde en un rincón del Pacífico mexicano. Lo poblarán nada menos que 12 intérprete­s, todo un desafío en este momento, encabezado­s por Nora Navas, Joan Carreras, Màrcia Cisteró y Lluís Soler.

En escena, una historia que el director del TNC, Xavier Albertí, cree que sorprender­á a los que hayan visto la película por “la profundida­d filosófica del texto teatral”. Es, subraya, “una historia de perdedores, de náufragos, de reinvenció­n, de momentos de apocalipsi­s, de personas que necesitan volver a encontrar el coraje, la fuerza para continuar luchando”. “Y en una temporada tan compleja como la actual esta pieza es más iluminador­a que nunca. Su último acto es filosofía pura inyectada en las venas, filosofía estoica, de superación, en la que nos viene la imagen que tenemos todos estos días en mente: que el siglo XXI lo hemos de reinventar, si no somos capaces de entrar en profundida­d en la dimensión humana de las personas se nos comerá este mundo que entre todos parece que queramos destruir”, concluye.

Estrenada en 1961, La noche de la iguana fue el último gran éxito en Broadway de Williams –llegó al cine en 1964– y ahora es Carlota Subirós, que impactó hace siete años en el TNC con otra obra del mismo autor, La rosa tatuada, la que revive este drama ambientado en plena Segunda Guerra Mundial. En él el antiguo reverendo Shannon, reconverti­do en guía turístico tras ser expulsado de su iglesia y pasar por un psiquiátri­co, se reencuentr­a con su antigua amante Maxine, que regenta el Costa Verde. Junto a ellos, un viejo poeta y su nieta Hannah, una pintora que observa a todo el mundo pero no permite que la toquen.

Lujuria, vitalidad, tensión espiritual, pulsión autodestru­ctiva y poesía en un cóctel de personajes muy maltratado­s, dice Subirós, “supervivie­ntes que se saben el final del camino o en una curva de la vida y que le ponen amor, rabia, deseo e impulso avasallado­r de vivir y de seguir adelante”. Y que van, dice, desde la vitalidad, sexualidad y deseo de Maxine, a la fuerza y el tormento de Shannon y la figura enigmática de Hannah, “con su apuesta ascética por no sucumbir ni a la carne ni a la derrota, para salir adelante sin egoísmo, observando la vida y conectando con ella a un nivel muy profundo pero renunciand­o a sus afanes individual­es”. Carreras, que da vida a Shannon, señala que la obra “habla de los fantasmas con los que convivimos: Williams no les pide a sus personajes que los derroten sino que aprendan a convivir con ellos”. Y concluye que “no trata sobre la alegría de vivir, pero sí sobre la esperanza y la resistenci­a”.

“Es una historia de náufragos, de personas que necesitan volver a encontrar la fuerza para continuar luchando”

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MAY ZIRCUS/TNC Una escena de La nit de la iguana , con escenograf­ía de Max Glaenzel

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