Sin esperanzas en el K2
Los helicópteros no hallan rastro de los tres alpinistas desaparecidos en el Karakórum
El K2, la montaña salvaje, ha vuelto a ser fiel a su reputación. A las muertes de Sergi Mingote, el 16 de enero, y del búlgaro Atanas Skatov, el pasado día 5, se ha sumado la desaparición del pakistaní Ali Sadpara, una suerte de héroe nacional; del islandés John Snorri y del chileno Juan Pablo Mohr, quien había iniciado su expedición en el K2 con el malogrado Mingote. Los tres fueron vistos por última vez la mañana del viernes, a más de 8.200 metros y en ruta hacia la cima. Desde entonces se les pierde el rastro y el operativo aéreo de búsqueda, a 7.000 metros, emprendido el sábado no ha dado hasta el momento resultados positivos.
Esta es la cara más amarga del K2 (8.611 metros), aunque como dice Reinhold Messner, “las grandes montañas no son justas o injustas, simplemente son peligrosas”. Y en los gélidos meses de enero y febrero, mucho más. La buena noticia es que un grupo de diez alpinistas nepalíes logró coronar por primera vez en la historia, en invierno, el K2. Esta es la única cumbre de más de 8.000 metros que quedaba por hollar en la temporada invernal.
El azar hizo que Sajid Sadpara, enrolado en el mismo equipo que su padre, Ali, tuviera que dar marcha atrás el viernes por la mañana cuando habían iniciado el ataque a cima. Superada la cota de los 8.000 metros se sintió mal, intentó conectarse el oxígeno embotellado pero el mal funcionamiento del regulador hizo que desistiera y que regresara al último campamento. Sajid, de 21 años, relató a la prensa local, en la localidad de Skardu, que vio a su padre y a sus compañeros por última vez por encima de los 8.200 metros, en la zona conocida como el Cuello de Botella. Su plan era esperarlos dentro de su tienda a la vuelta de la cumbre y bajar todos juntos. Pero nunca llegaron.
Sajid cree que pisaron los 8.611 metros de la segunda montaña más alta del mundo y que en el camino de vuelta tuvieron un accidente. Consciente de que superar tres noches en altitud y con temperaturas inhumanas es extremadamente difícil asume, según declaró en Skardu, que las opciones de que los encuentren vivos son prácticamente nulas. Aun así, ayer llegaban noticias desde Pakistán de que dos curtidos montañeros familiares de Ali, Imtiaz y Akbar, iniciaban el ascenso en busca de los desaparecidos.
La tragedia ha tomado el K2 en no pocas ocasiones. Una tormenta se llevó el 13 de agosto de 1995 a siete personas, seis de las cuales regresaban de la cima. Entre los fallecidos estaban los aragoneses Javier Escartín, Lorenzo Ortiz y Javier Olivar, y la británica Alison Hargreaves. Se da la triste circunstancia de que Tom Ballard, huérfano de Hargreaves a los seis años, dejaría también la vida en un ochomil, el Nanga Parbat, en febrero del 2019.
Diversos accidentes y la caída de hasta cuatro seracs provocaron otro terrible episodio en el K2, la muerte de once personas, en el 2008. En el K2, el Nanga Parbat o el Everest, la muerte forma parte de las cartas de la baraja.
Ali Sadpara es un montañero muy querido por los expedicionarios occidentales, a los que ha ayudado como guía y porteador de altura en Pakistán. Junto a Alex Txikon y Simone Moro integró el equipo que en el 2016 subió en invierno, por primera vez en la historia, el Nanga Parbat. Otra experimentada alpinista, la italiana Tamaru Lunger, expresó ayer la desazón que reina en el campamento base. “Esta expedición ha sido para mí la experiencia más brutal. Una aventura que empezó como un sueño y ha acabado en una pesadilla”.
A MÁS DE 8.200 METROS
Ali Sadpara, John Snorri y Juan Pablo Mohr iban camino de la cima cuando fueron vistos por última vez