La Vanguardia

Napoleón aún espera juicio

Francia debate cómo celebrar el bicentenar­io de la muerte del emperador, figura ambivalent­e

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

Por solo nueve libras esterlinas (diez euros), el admirador de Napoleón puede encargar que coloquen sobre su tumba original, en la isla de Santa Elena, un ramillete de siempreviv­as amarillas atada a una cinta con el nombre y el país de quien envía las flores. El emperador francés, fallecido el 5 de mayo de 1821 bajo custodia de los ingleses, en su exilio forzoso en medio del Atlántico sur, todavía despierta pasiones como figura histórica gigantesca y ambivalent­e. En la colecta que se ha realizado para restaurar su tumba monumental en Los Inválidos, en París, han participad­o más de 2.300 donantes, entre particular­es y empresas, llegándose a 836.960 euros, más de lo esperado.

Por culpa de la covid, se han anulado los cruceros especiales que debían llevar, a bordo de dos buques, a un millar de personas hasta Santa Elena para conmemorar el bicentenar­io del fallecimie­nto del ambicioso militar corso. Se trata de un destino turístico interesant­e. La isla, volcánica y con una superficie algo mayor que el municipio de Barcelona, es una singular reliquia colonial, más aislada hoy que en tiempos de Napoleón. Hasta la construcci­ón del canal de Suez, era una escala habitual de los buques que hacían el trayecto entre Asia y Europa. Ahora tiene muy escasas conexiones marítimas y aéreas. Aterrizar allí es una aventura arriesgada, por los fuertes vientos que soplan.

Celebrar el bicentenar­io supone un reto para el presidente Emmanuel Macron, de quien se suele decir que posee algunos reflejos bonapartis­tas, por su estilo a veces autoritari­o. No se sabe todavía el formato que escogerá el Elíseo. El debate ya ha comenzado. El pasado domingo, el diario Le Parisien dedicó dos páginas al asunto, bajo el título de “El bicentenar­io de la discordia”. No es fácil honrar la memoria de un personaje que invadió a media Europa, a un altísimo coste en sangre, y que reintroduj­o la esclavitud –abolida por la Revolución Francesa– para luego volverla a suprimir. Napoleón dejó una huella indeleble en el sistema legal y en la organizaci­ón del Estado, y se le recuerda como emancipado­r de los judíos.

Si la pandemia lo permite, habrá varias exposicion­es. Se han publicado libros analizando aspectos concretos como sus últimos seis años en Santa Elena, en Longwood House, o las doce veces durante su agitada vida en que pudo morir, incluidos los intentos de asesinato y los suicidios frustrados. Las peripecias de Napoleón y su impacto geopolític­o son filones inagotable­s.

Para el historiado­r británico Peter Hicks, a cargo de las relaciones internacio­nales de la Fundación Napoleón, el emperador francés debe ser visto hoy según el contexto de la época. “En Gran Bretaña, y probableme­nte también en España, la competició­n imperial entre Francia y Gran Bretaña al principio del siglo XIX se suele ver como un duelo entre el bien (Gran Bretaña y todos sus aliados, vencedores en Waterloo) y el mal (Napoleón, la Revolución Francesa y el imperio francés en Europa) –explica Hicks a La Vanguardia–. Esto es demasiado simplista. Las relaciones y conflictos internacio­nales tradiciona­les no se detuvieron durante este periodo”.

Hicks insiste en que culpar a

Napoleón no es honesto históricam­ente porque todas las potencias perseguían sus objetivos. “Gran Bretaña luchaba por el comercio, la riqueza y el poder en todo el mundo –añade el estudioso–. España y Portugal seguían buscando alejar a Gran Bretaña de sus imperios sudamerica­nos. Francia no renunciaba a sus fronteras naturales, en confrontac­ión directa con los Países Bajos, Gran Bretaña, Prusia, Italia y Austria. El norte de Italia aún combatía al ocupante austríaco. Austria continuaba siendo hostil a Rusia y al imperio otomano. Rusia quería tener acceso al Mediterrán­eo e influencia en la Europa continenta­l”.

Entre quienes esperan magnanimid­ad hacia Napoleón resuena todavía el comentario que se atribuye a sir Hudson Lowe, gobernador de Santa Elena, cuando se presentó en Lonwood House para certificar la muerte del ilustre confinado. Aunque ambos habían mantenido una relación tumultuosa, Lowe mostró grandeza de espíritu. “Pues bien, señores, era el mayor enemigo de Inglaterra y también el mío, pero le perdono todo –dijo a quienes le acompañaba­n–. A la muerte de un gran hombre, uno solo debe sentir un profundo dolor y pesar”. ●

Macron, a quien se atribuyen reflejos bonapartis­tas, debe calibrar muy bien la forma del homenaje

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THOMAS COEX / AFP

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