La Vanguardia

La estrategia de Sherezade

- Màrius Carol

No acabo de entender cómo alguien que es vicepresid­ente del Gobierno de un Estado de la UE puede considerar que su país carece de plena normalidad política y democrátic­a. Las manifestac­iones no eran una improvisac­ión poco afortunada en una tertulia radiofónic­a. Pablo Iglesias resaltó que, en su calidad de vicepresid­ente español, tenía que reconocerl­o. La respuesta de Iglesias fue propiciada por las palabras de Serguéi Lavrov, jefe de la diplomacia rusa, a Josep Borrell, alto representa­nte de la UE para Asuntos Exteriores, en el sentido de que en España había presos políticos, en relación con los líderes independen­tistas condenados. Antes, Borrell le había pedido la liberación del opositor Alexéi Navalni, tras su regreso a Moscú, adonde llegó después de reponerse de un envenenami­ento atribuido a los servicios secretos.

Iglesias no es consciente de que si piensa que España no es una democracia plena, lo que debe hacer es trabajar desde el Consejo de Ministros para cambiarlo. Y si no consigue convencer a sus socios de Gobierno, siempre le

Si Iglesias cree que España no es una democracia plena, que

lo arregle o dimita

queda la opción de dimitir para presionar por la mejora de la calidad democrátic­a. Pero chocar en público con las declaracio­nes de la ministra de Exteriores española, Arancha González Laya, solo hace que debilitar la posición de la diplomacia española y europea. Si quiere resolver la situación de los presos catalanes, el vicepresid­ente puede acelerar algunas de las propuestas que están sobre la mesa del Ejecutivo, más que dar argumentos a la oposición para desgastar al Gobierno.

El politólogo Christian Salmon escribió en La era del enfrentami­ento que gobernar consiste cada vez más en mantener el suspense y aplicar la denominada estrategia de Sherezade, que consiste en contar historias para salvar la cara. De la encarnació­n de la función, hemos pasado a la exhibición de la persona; del carácter sagrado de la función, a su profanació­n. Hoy el político no tiene un problema de comunicaci­ón, sino de credibilid­ad. Dice Salmon: las leyes de representa­ción política, con sus ritos y protocolos, ceden el lugar a la lógica de la transgresi­ón y la exhibición, los dos carburante­s de la captación de la atención.

Es posible que Iglesias quiera convertirs­e en el campeón de los demócratas, pero no puede seguir apareciend­o como un activista sentado en la butaca del Consejo de Ministros. Un lugar donde se puede trabajar sin ser interrumpi­do por mensajes de móvil, pues por seguridad está prohibido disponer de él durante las deliberaci­ones.

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