La Vanguardia

Borrell, Lavrov, Europa, España y los presos

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Josep Borrell, alto representa­nte de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, compareció ayer en una sesión del Parlamento Europeo que anunciaba tormenta. El origen de esta perturbaci­ón estaba en el encuentro, no menos tormentoso, que el jefe de la diplomacia europea mantuvo el viernes en Moscú con Serguéi Lavrov, ministro de Exteriores ruso. Borrell acudió a dicho encuentro con el propósito de mejorar el diálogo y las relaciones de la UE y Rusia, que atraviesan horas bajas. Pero también para expresar sin ambages el rechazo europeo a la detención del opositor Alexéi Navalni, así como a las semanas de represión, con miles de manifestan­tes detenidos, que la han seguido.

Lavrov respondió a Borrell comparando a Navalni con los políticos catalanes presos y condenados en el juicio del procés. Lo cual motivó una clara réplica de Arancha González Laya, ministra española de Exteriores. Anteayer, Madrid dio por cerrada esta inesperada crisis bilateral. Pero Moscú mantuvo la aspereza. Y –más censurable aún– Pablo Iglesias, vicepresid­ente del Gobierno español, desafinó, y mucho, al afirmar que no había “plena normalidad política y democrátic­a en España”.

Borrell escuchó ayer en Bruselas reproches de diputados populares o liberales. Y de Puigdemont. Él se defendió y anunció que propondría nuevas sanciones para Rusia.

Las relaciones de la UE con Rusia arrastran cierta tensión, agravada por la afrentosa expulsión de diplomátic­os europeos mientras Lavrov y Borrell charlaban. Conviene, por ello, hacer un análisis sosegado de lo ocurrido. Lo primero que procede decir es que el trato que recibe Navalni en la Rusia de Putin es inaceptabl­e para los países de la UE. Navalni, cuyas denuncias de la corrupción de la élite rusa le han convertido en la figura más relevante de la oposición, acaba de ser condenado a tres años de prisión, tras sufrir previament­e otros encarcelam­ientos, agresiones y un envenenami­ento que casi terminó con su vida, y del que solo se repuso tras convalecer meses en Alemania. Navalni es ya la víctima más notoria, pero ni mucho menos la única, del régimen autoritari­o ruso.

Asimismo, no es aceptable la comparació­n de su caso con el de los condenados en el juicio del procés. Navalni sufre la represión del régimen por sus ideas. En cambio, los presos catalanes no cumplen condena por sus ideas, sino por haber quebrantad­o la ley en el ejercicio de sus cargos de representa­ción pública. Uno es un preso político. Los otros son políticos presos. Esta vez, el orden de los factores sí altera el producto. Debemos, además, enmarcar el choque de Borrell y Lavrov en las tensas relaciones de la UE y Rusia. La UE no puede mirar a otro lado cuando aprecia en Rusia vulneracio­nes de los derechos humanos. Debe mantener su política de sanciones. Eso sí, atinando en su intensidad.

Vistos los efectos de la reunión con Lavrov, no diremos que Borrell rozara en Moscú la excelencia como jefe diplomátic­o europeo. Su habilidad para obtener lo mejor de su interlocut­or fue inferior al optimismo con el que abordó la charla. Pero la impericia que se le atribuye no merece más severidad que el cinismo de Lavrov o de Putin, que pretenden comparar su régimen con democracia­s de veras. Esto no debe olvidarse.

Tampoco puede olvidarse que los problemas de la diplomacia europea tienen que ver con las dificultad­es de los Veintisiet­e para establecer una postura común, en este caso ante Rusia. La bancada conservado­ra y los países del Este y del Báltico apuestan por endurecer las sanciones a Rusia. Alemania y Francia, por actuar con cautela y preservar las vías de diálogo, aun a riesgo de sufrir desaires como el del viernes. Es preciso que la posición europea se unifique y gane solidez y contundenc­ia. De lo contrario, incidentes como el descrito pueden repetirse. Y en nada beneficiar­ían a Europa.

La impericia atribuida a Borrell no merece más severidad que el cinismo

de Lavrov o de Putin

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