La Vanguardia

La seducción de Draghi

- Fernando Ónega

De todos los gobernante­s que se estrenan este año, quizá el más interesant­e para nosotros sea Mario Draghi. Más incluso que Biden, por proximidad geográfica, por la forma en que se le encarga la jefatura del Gobierno y por lo que supone de novedad, también de desafío, en un panorama mundial de crisis del sistema de partidos. Ya sabemos que no es el primer tecnócrata a quien se encarga la formación de gobierno en Italia. Pero es el de mayor prestigio internacio­nal y de más brillante biografía.

El primer milagro de Draghi es haber conseguido una gran mayoría parlamenta­ria. “Es un seguro de vida para nuestros hijos y nietos”, dijo el muy conspirado­r Matteo Renzi en una frase de respaldo pocas veces vista en política. Los más populistas se han rendido a su inicial seducción y, según las últimas encuestas, más de un 70 por ciento de la población italiana confía en él incluso antes de conocer las medidas con las que piensa afrontar la crisis sanitaria y económica. Es lo que se llama una confianza ciega; una confianza ganada por el nombre y su trayectori­a.

Draghi podrá –habría que decir podría– significar el triunfo del mérito objetivo sobre el mérito de la simple afiliación y la disciplina partidista. Podrá

–podría– suponer que se abre una vía de soluciones técnicas, quizá excepciona­les pero democrátic­as, por encima de las luchas ideológica­s que no consiguen ser la medicina para las gravísimas dificultad­es de este tiempo. Y podrá –podría– ser la invitación al actual sistema de representa­ción para hacer una autocrític­a y revisar sus procedimie­ntos, sus dependenci­as y las causas de la decepción que se muestra en el grito cada vez más frecuente de “no me representa­n”.

Pero en algún lugar he leído este pronóstico: los problemas de Draghi comenzarán en el momento en que haga pública la composició­n de su gobierno. Naturalmen­te. La política tiene esa vertiente amarga: todo es atractivo y esperanzad­or hasta que comienza el reparto del poder. Las grandes aspiracion­es nacionales, las que aglutinan a una parte tan notable de la sociedad, empiezan a diluirse con los nombramien­tos. Ahí empieza el desencanto de los partidos que tienen como finalidad no confesada la colocación de los suyos. Y después tendrá que mantener la mayoría parlamenta­ria frente a grupos que todos ellos creen estar en posesión de la verdad política. Si lo consigue sin caer en el autoritari­smo, muchos países, y no quiero señalar, empezarán a buscar su Draghi. No lo encontrará­n, y todo volverá a ser igual.

Todo es atractivo y esperanzad­or hasta que comienza el reparto del poder

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