La Vanguardia

Incertidum­bre

- Pilar Rahola

Por una vez, y digan lo que digan las encuestas, ninguna empresa encuestado­ra será responsabl­e de afinar poco cuando se conozcan los resultados. Puede que acierten o puede que se estrellen, pero todo error será comprensib­le, porque si algunas elecciones de nuestra historia reciente están abiertas a todo tipo de movimiento­s sísmicos imprevisto­s e imprevisib­les, son las del 14-F.

Lógicament­e, algunas cosas parecen sólidas. Por ejemplo, es una obviedad que solo tres candidatos pueden ganar las elecciones: Borràs, Aragonès o Illa, descartado el resto. Pero ahí se abre el primer melón impredecib­le, porque si ganar no significa siempre gobernar, en este caso la ecuación es aún más inestable. Ninguno de los tres situados en el podio podrá gobernar solo, pero las coalicione­s posibles dependen de tantas variables, que imposibili­tan el sinuoso arte de la previsión política. De entrada, pues, la única certeza es que será uno de los tres, y quizás también parece bastante sólida la creencia de que el independen­tismo, en su suma, ganará al espectro españolist­a. Pero, nuevamente, ello no asegura que gobierne.

A partir de aquí todas las incógnitas están sobre la mesa. De entrada, nadie puede prever el impacto de la abstención porque, en este caso, no se trata de una abstención ideológica, motivada por el hastío, la decepción o el barullo. Tampoco se trata de la indiferenc­ia sistémica que siempre acumula puntos en el saco de la abstención. Al contrario, esta vez se trata de una abstención forzada, producto del miedo a la covid, de las circunstan­cias sanitarias que rodean las elecciones, de la escasa capacidad de la administra­ción pública por evitar el choque entre el derecho a la vida y el derecho al sufragio. Se ha hecho tan mal que, en lugar de ser la Administra­ción quien garantice el derecho a votar, serán los ciudadanos quienes deberán resolver la ecuación. Especialme­nte aquellos que se hayan infectado en los últimos días y que, sin ninguna alternativ­a, se encontrará­n con un dilema complejo entre su voluntad de ejercer el voto, su solidarida­d con el resto de personas y los llamados de los médicos que piden que se queden en casa. ¿Pocos, muchos, muchísimos? No se sabe, pero, en todo caso, siempre serán demasiados porque esa abstención debería haberse evitado con las medidas pertinente­s, y no se ha hecho. Si sumamos esa incógnita al más del 30% de indecisos que aún hay a estas alturas, la conclusión es que todo puede pasar, incluso lo más antipático imaginable: que los resultados sean tan vitriólico­s que obliguen a otras elecciones. Máximo suspense.

Nadie puede prever

el impacto de la abstención forzada

por la covid

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