La Vanguardia

Amigos no humanos

- Jorge Carrión

Un estudio reciente confirma lo que ya sabíamos todos los que queremos a nuestros gatos: se comunican con sus dueños tanto con maullidos como a través del pestañeo y el contacto visual. Durante la pandemia, que ha incrementa­do la adopción y la compra de animales domésticos, se han reforzado nuestros vínculos con ellos. Y hemos llenado de plantas nuestras casas. Esas dos estrategia­s, para tratar de calmar la soledad íntima que también contagia el virus, han amplificad­o en paralelo nuestra atención hacia los relatos que han narrado los afectos que nos vinculan con las especies compañeras.

Supongo que fue la luz oscura de la covid-19 la que me reveló la existencia de la excelente novela El amigo (Anagrama), de Sigrid Nunez, a la que no presté atención cuando se publicó hace dos años y que he leído, en cambio, ahora. Se trata de la historia de amistad entre una escritora y el artrítico gran danés que hereda tras la muerte de uno de sus mejores amigos (también escritor, y suicida). Para superar el duelo, se agarra desesperad­amente a la compañía de Apollo, pese a que estén prohibidos los animales en el apartament­o donde vive y se arriesgue a quedarse sin hogar en la salvaje ciudad de Nueva York, jungla de gentrifica­ción y asfalto.

Para entender esa dependenci­a, la narradora recurre a dos grandes libros sobre hombres y canes: Mi perra Tulip (Anagrama), de J.P. Ackerley, y Desgracia (Literatura Random House), de J.M. Coetzee. La minuciosa crónica de la vida sexual de Tulip, la única compañía cotidiana que el escritor y editor británico tuvo durante más de

Tuve la suerte, al cumplir los cuarenta, no solo de no sufrir ninguna crisis, sino de empezar a querer a un gato

una década, y la inesperada relación que David Lurie establece con los perros que van a ser sacrificad­os en un remoto pueblo de Sudáfrica, le permiten a Nunez crear círculos concéntric­os alrededor de sus protagonis­tas y recordarno­s que el reconocimi­ento del otro, de cualquier especie, debe formar parte de la condición humana.

El artista Pep Vidal compró todo el stock de una floristerí­a de Barcelona con el objetivo de medir durante un año los cambios de cada una de sus casi cuatrocien­tas plantas. Un día se encontró en una librería de segunda mano el libro Trucos para un jardinero impaciente y se dio cuenta de que la prisa no tenía sentido en la relación entre un ser humano y el mundo vegetal. Que el proyecto lo acompañarí­a toda su vida. Conoce a cada una de sus plantas, sabe en qué exposicion­es ha estado, cuándo ha sufrido, cómo se ha recuperado. Y nunca las ha medido, porque intuye que ellas se miden a sí mismas. Y quizá también midan a su peculiar y paciente compañero.

En mi infancia no hubo mascotas. Pero tuve la suerte, al cumplir los cuarenta, no solo de no sufrir ninguna crisis, sino de empezar a querer a un gato. He pensado mucho en nosotros, en la pandemia, en las orquídeas y los rosales de nuestro salón, mientras leía sobre Apollo, Tulip, los perros sudafrican­os y el jardín de Pep Vidal. Nuestro gato se llama Julio: lo menciono en un artículo por primera vez.

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