La Vanguardia

Repoblar el centro

- Jordi Amat

Hace diez años los publicista­s de la automovilí­stica Jeep propusiero­n a Bruce Springstee­n que protagoniz­ase un anuncio de la compañía. “Bruce no está en venta ni se alquila”, respondió su representa­nte. Pero a principios de este enero lo intentaron de nuevo. Se dirigieron a su mánager, le mostraron un guion titulado The middle y le dijeron que sabían dónde localizar el anuncio: dentro y en torno a la pequeñísim­a capilla de Lebanon. Este pueblo del estado de Kansas, donde viven poco más de 200 personas, tiene una singularid­ad. Es el centro geográfico de los 48 estados contiguos de Estados Unidos. Springstee­n aceptó. Pocos días después de cantar uno de sus salmos patriótico­s a los pies del monumento a George Washington durante la ceremonia de investidur­a de Joe Biden, se trasladó a Kansas para grabar el anuncio. Dura un poco menos de dos minutos. Se estrenó el domingo en una de las pausas de la Superbowl.

“Últimament­e el centro ha sido un lugar difícil al que llegar”. Es el verso clave del poema civil que el músico recita mientras se suceden estampas clásicas del imaginario norteameri­cano: la recta de una carretera entre campos nevados, chimeneas industrial­es y un molino de viento, un coche entrevisto entre vagones de un tren de mercancías, la bandera colgada en el porche de una casa unifamilia­r. En off se le oye salmodiand­o. Habla de los bloques partidista­s (azules y rojos) y de clase, de los miedos y los anhelos de libertad que no son solo de unos sino patrimonio colectivo. Se le ve entrando en la capilla y enciende una vela. Sale, se pone el sombrero y pocos segundos después el espectador contempla cómo el coche se va mientras oscurece. “Podemos llegar a la cima de la montaña a través del desierto y cruzaremos esta división”.

“Necesitamo­s el centro”. Es una parábola sobre cómo lo tóxico de la polarizaci­ón carcome un país porque, si se consolida, imposibili­ta el pacto. Hace diez años dicha dinámica convivenci­al –cuyo correlato es la degradació­n de la democracia liberal y así el desempoder­amiento de las institucio­nes– no estaba petrificad­a en Estados Unidos. Ahora sí. ¿Cuándo se sabe que la polarizaci­ón se ha posesionad­o de la política de un país? Cuando el centro se despuebla. ¿Está poblado el centro político catalán? Cada vez menos.

Durante los treinta primeros años de nuestra política de la democracia se fue configuran­do un centro de gravedad –el concepto es de Isidre Molas– donde el centrodere­cha nacionalis­ta coexistía con el centroizqu­ierda dual en lo relativo a la identidad. No eran las únicas opciones, eran las mayoritari­as y en su dialéctica constituye­ron un centro que, poco a poco, ha ido dejando de ser poroso. Las causas son endógenas y exógenas, tal vez sean el signo de nuestro tiempo, pero la consecuenc­ia hoy y aquí es una: el centro catalán se ha despoblado. No es una opinión interesada. Los datos lo certifican. Los expone Oriol Bartomeus en el artículo “La gran rasa”, publicado en el último número de la revista Política & Prosa. “A partir del 2012 los espacios definidos por el sentimient­o de pertenenci­a se hacen más homogéneos electoralm­ente”. Analizando datos acumulados durante lustros, el politólogo Bartomeus concluye que se ha vuelto casi irrelevant­e el traspaso de votos entre el bloque independen­tista y el que no lo es. Y el problema es que cada uno de los dos espacios definidos por el sentimient­o de pertenenci­a, petrificad­os tanto uno como otro, representa­n aproximada­mente la mitad de la ciudadanía del país.

Es nuestra polarizaci­ón. Este es el principal motivo de nuestra parálisis. ¿Puede superarse esta división? Sí. ¿Cómo? No lo revela una parábola. Se necesita actuar más con razón que con sentimient­o, abandonar los extremos y posibilita­r que partidos de uno y otro bloque arriesguen negociando para repoblar juntos el centro.

Hay que abandonar los extremos y posibilita­r que partidos de uno y otro bloque negocien

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