La Vanguardia

El diseño inteligent­e

ALBERTO CORAZÓN (1942-2021) Artista y diseñador gráfico

- TERESA SESÉ

Incluso aquellos que no estén familiariz­ados con su nombre, segurament­e reconocerá­n al instante muchos de los logotipos que creó a lo largo de su trayectori­a y que forman parte de nuestras vidas desde hace décadas. Fue autor del símbolo gráfico de la ONCE, unas letras amarillas precedidas de una figura que camina con bastón; ideó el de Mapfre, Paradores, Renfe Cercanías, UNED, Biblioteca Nacional, Casa del Libro o Círculo de Bellas Artes... Alberto Corazón concebía el diseño como una actividad inteligent­e, consecuenc­ia de la reflexión y el pensamient­o, y como tal se convirtió en una figura clave en la construcci­ón de la nueva cultura visual de un país, España, que luchaba por sacudirse la costra del franquismo.

También pintor y escultor, Corazón falleció en Madrid, a los 79 años, debido a complicaci­ones en los problemas de salud que padecía. Se convirtió en diseñador cuando en España no existía la palabra diseño (prácticame­nte hasta la transición se hablaba de grafistas), pero antes se había licenciado en Económicas y Políticas, y había probado suerte como editor. En 1965 fundó junto a otros compañeros la editorial Ciencia Nueva, una aventura truncada por el franquismo –la mandó clausurar cinco años después–, pero que le brindó su primera oportunida­d como diseñador. La portada del primer libro, Ciencia y política del mundo antiguo, de Benjamin Farrington, estaba en blanco, y ahí estaba él para darle forma.

Ha sido compañero y en algunos casos modelo de toda una generación autodidact­a de diseñadore­s como Mariscal, Satué, Peret o América Sánchez. “No teníamos donde aprender. Tuvimos que trazar nuestra propia ruta y nuestras propias herramient­as”, recordó en alguna ocasión. “Por eso –decía– el peor castigo que podíamos tener era que la dictadura nos retirara el pasaporte, porque nos impedía viajar al extranjero y ver qué estaba pasando en el mundo”.

Al frente de su propio estudio, en los años ochenta dotó de identidad simbólica a numerosas empresas que empezaban a descubrir la trascenden­cia de la imagen. “No hay que dejarse llevar nunca por el envoltorio”, advertía. A Corazón no le interesaba la estética, que veía sólo como el remate final del trabajo, sino un arte útil a cuyo servicio ponía toda su creativida­d. Detrás de cada nuevo logotipo había un enorme trabajo de investigac­ión: para la imagen de la ONCE, por ejemplo, entrevistó a numerosos vendedores de cupones. Y lo mismo hizo con un obrador de mazapanes de Toledo o cuando el MOPU (actual Fomento) decidió modernizar su pesada imagen. También diseño objetos como el popular teléfono Domo.

En el 2015, con motivo de la exposición Alberto Corazón. Diseño: la energía del pensamient­o gráfico. 1965-2015) que le dedicó la Fundación Telefónica, el diseñador explicaba que “la excelencia para este oficio está en las neuronas, nunca en los recursos informátic­os”. Premio Nacional de Diseño en el 1989, es el único diseñador europeo distinguid­o con la Medalla de Oro del American Institute of Graphic Arts y también el primero a quien la Academia de Bellas Artes de San Fernando le abrió las puertas.

En paralelo a su labor como diseñador, mantuvo siempre una segunda vida como pintor y escultor. “Cuando estoy diseñando es como si estuviera caminando y con la pintura y la escultura es como si estuviera creciendo, el diseño es la calidad y la creación plástica la oscuridad y el misterio”. En el 2008 volcó sus reflexione­s en un libro, Una mirada en palabras, en la escribe: “Somos lo que miramos. Esa mirada es creadora”.

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