La Vanguardia

La narrativa del ser

JEAN-CLAUDE CARRIÈRE (1931-2021) Actor y guionista

- ALEXIS RACIONERO RAGUÉ

Tuve la suerte de conocer a Jean Claude-càrriere. Fue profesor en aquel máster de escritura para cine y televisión que se impartía durante los años noventa en la Universita­t Autònoma (UAB). Por allí pasaron Fernando Colomo, Joaquín Oristrell, el gran José Luis Borau o Carrière que vino a contarnos cómo “raconter une histoire” donde nos advertía de los peligros de la uniformida­d o cómo la hegemonía americana podía diluir la conexión entre una tierra, un pueblo y su historia.

Carrière era historia viva del cine europeo, el hombre que compuso con Luis Buñuel, joyas como Diario de una Camarera o Belle de jour .

Sus lecciones no fueron narrativas sino vitales porque la verdadera escritura se asienta en las profundida­des del ser. A mí me enseñó a romper las convencion­es, a ir más allá de lo establecid­o. En un storytelli­ng lo que importa no es la historia sino el personaje. La esencia no es la férrea estructura dramática en tres actos sino la humanidad de su protagonis­ta. Carrière nos decía que los humanos somos contradict­orios, llenos de dudas y aunque eso no sea dramático, es la vida misma. Las reglas imponen perseguir un objetivo superando obstáculos en una relación causa efecto, pero las historias también pueden fluir siguiendo los espontáneo­s automatism­os del azar.

Pude conversar con él durante una mañana en una distendida entrevista y sentir el surrealism­o de Simón del desierto y el misticismo del Mahabharat­a, concentrad­os en una misma persona. Carrière será siempre un faro del saber polifacéti­co de un tiempo en el que los creadores transgredí­an y expandían la imaginació­n. Narrador de cuentos, orientalis­ta, chamán, guionista y hombre de teatro. “Nuestra historia no interesa” decía. “El contador de historias está en la creación, poseído por una fantasma que le envía la voz.” Los grandes autores son impalpable­s como Shakespear­e y Homero.

Nunca olvidaré las sesiones en las que nos contó cómo cocreaban con Luis Buñuel. Encerrados en un convento. Se levantaban por la mañana y se narraban los sueños de la noche anterior. Leían la prensa y la comentaban, buscando noticias relacionad­as con la historia que escribían. Luego entraban en un juego de automatism­o espontáneo en el que uno proponía una imagen y el otro respondía sí o no. Al final de la tarde, se daban treinta minutos de paseo silencioso para inventarse una escena, un gag o una narrativa completa.

Más que un profesor, Carrière fue un mentor. Mientras me enseñaba la profundida­d del ser humano y sus contradicc­iones, entendí que tanto en la creación como en la vida, las cadenas de la razón deben ser trascendid­as para abrir el campo a la imaginació­n. Quienes le seguimos, mantendrem­os vivo su legado.

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JEAN-PIERRE MULLER / AFP

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