“Me quiero ir a vivir a Barcelona”
El ‘star system’ musical británico no ve cómo la clásica puede sobrevivir con las nuevas fronteras
Si hay un género que no puede prescindir de la idea de Europa ese es el de la música clásica, vertebradora desde hace siglos de esta comunidad de naciones con múltiples lenguas. Esta manifestación artística sobre la que se sustenta la Europa ilustrada ha salido robustecida de tres décadas de libre circulación de personas en el UE. Su industria y su contribución a la excelencia no las puede tomar a la ligera ningún gobierno.
Sin embargo, en el rifirafe entre el Reino Unido y la UE, el gobierno brexiter de Boris Johnson ha optado por cerrar las compuertas al arte. Y el sector musical europeo ha quedado horrorizado ante las nuevas restricciones. El Times se hacía eco ayer de la odisea del británico Peter Hoare para acudir al Liceu a cantar este febrero Lessons in love and violence. El tenor que en el 2018 estrenó esta ópera de George Benjamin en la Royal Opera House, ha quedado desbordado por el papeleo a fin de viajar a Barcelona.
A parte del seguro y un test reciente de coronavirus, Hoare ha visto retenido su pasaporte en la embajada española en Londres para la petición del visado; ha tenido que rellenar un formulario de salud, aportar una carta que demuestre que paga impuestos, un certificado del banco, una prueba de dónde va a quedarse en Barcelona, el pasaje y contrato e invitación. Cosa que antes del Brexit se resumía en enseñar el pasaporte y rellenar formulario de la seguridad social. Y ojo, el plan de 90 días para trabajar fuera del país sólo contempla dos paradas.
La fuga de artistas hacia países centroeuropeos, encabezados por Sir Simon Rattle, que anunció hace semanas que dejará la London Symphony por la Bayerische Rundfunk de Munich, no ha hecho más que empezar. Al veterano director de orquesta británico le siguen otros más jóvenes como Duncan Ward, quien en su reciente visita como invitado de la OBC dijo haberse mudado a Colonia. “Por suerte me fui justo antes de que cerraran las fronteras por la covid pues me habría sido imposible dar el concierto que tenía en Moscú”.
La propia mezzo Sarah Connolly, nombrada Dame por el príncipe Carlos de Inglaterra, asegura que dejaría encantada Londres por Barcelona dadas las circunstancias, aunque de momento está muy activa llamando a los políticos a poner remedio al sinsentido. “Sería muy feliz en Barcelona, es una gran tentación, pero siento que he de quedarme a luchar, alguien tiene que recordarle al gobierno que nuestra histórica contribución en el arte está siendo sacrificada por un nacionalismo ulterior”, asegura al teléfono.
Connolly, a quien se espera este noviembre en el Life Victoria junto al pianista Julius Drake y la próxima primavera en el Liceu –en Pelléas et Mélisande– trabaja en la recogida de firmas –cien mil obligan al parlamento británico a responder– para que los artistas sean parte del grupo exento de visado en la UE. Visado que supone hasta 500 y 600 libras. ¿Qué músico con un caché no muy elevado podrá salir del país por un solo bolo? Y ya no digamos las orquestas.
El sector esperaba que el gobierno les dijera que estudiaría la cuestión, pero rectificar no está de momento en sus planes. La ministra de cultura británica, Caroline Dinenage, volvió a acusar esta semana a la UE de esta circunstancia. Sin embargo, a la gente le consta que la Unión propuso que el visado no fuera necesario en viajes inferiores a 30 días. “Vamos a pedir la transcripción de la negociación para ver quién está mintiendo”, dice Connolly. “Que lo publiquen, que veamos qué se dijo y qué no; no podemos ir a España, por ejemplo, y que nos digan ‘pregunta a tu gobierno’”.
Para artistas europeos va a ser duro prescindir de sus habituales conciertos en Reino Unido, pero para los británicos, ver desaparecer el mercado al otro lado del canal de la Mancha será mortal. La autarquía no conjuga con la clásica y la ópera. Máxime cuando no se es la robusta Alemania o la histórica Italia... El sector musical en Inglaterra no es pequeño, pero su mercado no puede absorber todo lo que genera, no hay tanta demanda para tanta oferta, ni tantos teatros diseminados como en Alemania. Necesita del resto de Europa. Además, el sistema de financiación de una orquesta en Gran Bretaña no cuenta con apoyos públicos: si no tienen bolos van a la quiebra.
Así las cosas, muchos artistas están recuperando antiguos pasaportes con otras nacionalidades europeas. Estrellas del ballet optan por sacarse el irlandés. Y hay quien piensa en hacerse escocés si estos logran la independencia. “Pasaremos de ser Great Britain a Little England”, augura Connolly.
El tenor Peter Hoare ha quedado desbordado por el papeleo para poder cantar ‘Lessons in love and violence’ en el Liceu