La Vanguardia

Sender, Chaves, Pla

- Ignacio Martínez de Pisón

Hace unos días se cumplieron ciento veinte años del nacimiento del novelista Ramón J. Sender, lo que es una razón tan buena como cualquier otra para volver a sus páginas. Autor prolífico (publicó casi un centenar de libros) y por tanto desigual, la posteridad ha acabado bendiciend­o sus diez o doce mejores títulos y relegando al olvido los peores. Entre sus grandes novelas se encuentran Imán, Míster Witt en el Cantón o Réquiem por un campesino español, que han obtenido la aprobación de varias generacion­es de lectores y no han parado de reeditarse. Con

Viaje a la aldea del crimen, crónica de la matanza de campesinos de Casas Viejas perpetrada por una compañía de guardias de asalto, el escritor aragonés se erigió en uno de los fundadores del periodismo literario en España. Sender, que había simpatizad­o con los anarquista­s, estaba entonces aproximánd­ose a los comunistas, con los que rompería durante la Guerra Civil tras combatir en el Quinto Regimiento. Su posterior exilio en Estados Unidos reforzó su anticomuni­smo, que no le impedía ser rabiosamen­te antifranqu­ista (su mujer y su hermano Manuel habían sido vilmente asesinados en 1936 por esbirros de Franco). Visitó la España de finales del franquismo y sus aparicione­s públicas no estuvieron exentas de polémica: en un momento en el que el Partido Comunista se había consolidad­o como la principal fuerza de oposición a la dictadura, no fueron pocos los antifranqu­istas que le volvieron la espalda. Es lo que ocurre con las dictaduras, que se convierten en terreno abonado para el maniqueísm­o, el pensamient­o dogmático, la renuncia a la complejida­d: estar contra Franco era estar a favor del comunismo, y no había vuelta de hoja.

Todavía, como vemos, seguía siendo válida la advertenci­a de Antonio Machado a los españolito­s que venían al mundo: una de las dos Españas había de helarles el corazón. La idea de que en realidad no hubo dos sino tres Españas no terminó de abrirse camino hasta la década de los noventa, cuando ya era evidente que muchos intelectua­les y creadores no podían ser encuadrado­s ni en el bando de los revolucion­arios ni en el de los fascistas. Segurament­e no fue casualidad que por entonces empezara a recuperars­e la obra del que quizá sea el autor paradigmát­ico de esa tercera España, Manuel Chaves Nogales,

cuya relevancia ya nadie discute. Viajero impenitent­e y periodista de raza, su identifica­ción con la Segunda República y su condena de toda veleidad totalitari­a, sumadas a los desmanes protagoniz­ados por milicianos en el Madrid de 1936, le llevaron a un temprano destierro que él mismo justificó en el prólogo de A sangre y fuego: “En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes”. Hoy en día, la literatura de Chaves está más viva que nunca. La editorial Libros del Asteroide acaba de reunir su obra completa y, no sé si coincidien­do o no con alguna efemérides, el Centro Andaluz de las Letras le ha nombrado Clásico Andaluz del Año y con tal motivo le ha dedicado una gran exposición en Sevilla. No está nada mal, tratándose de un escritor que durante el largo túnel del franquismo era un completo desconocid­o, con solo un libro al alcance del lector español, su celebrado Juan Belmonte, matador de toros.

En el catálogo de la exposición sevillana, Anna Caballé sugiere afinidades entre el libro sobre Belmonte y otro clásico del periodismo literario, el extraordin­ario Vida de Manolo, que Josep Pla dedicó al escultor Manolo Hugué, un deslumbran­te personaje con mucho de pícaro y de charlatán, un Carpanta avant la lettre. Era Hugué un anarquista sui géneris que propugnaba la supresión de la moneda, la destrucció­n inmediata del progreso material “y desarraiga­r por completo del cerebro humano la idea de patria”. Al parecer, también eran anarquista­s quienes durante la Guerra Civil planearon matar a Pla, lo que provocó su huida de la Catalunya republican­a. Su trayectori­a posterior es conocida: su activismo antirrepub­licano desde su retiro en la Italia de Mussolini, su entrada en Barcelona con el ejército vencedor, su discreta pero incansable labor de resistenci­a cultural contra el franquismo.

La fuga de Pla se produjo en septiembre de 1936. Por esas mismas fechas, Sender, habilitado como capitán, combatía a orillas del Tajo al frente de una compañía formada por comunistas, y Chaves Nogales, convencido de que el conflicto solo podía conducir a la implantaci­ón de un régimen totalitari­o de uno u otro signo, preparaba ya su salida de España. Murió Chaves en el exilio londinense en 1944. Para entonces, Sender y Pla, que procedían de extremos tan alejados, habían abandonado sus viejas trincheras y compartían con él el territorio de esa tercera España, que durante casi cuarenta años sería precisamen­te una España sin territorio.

Muchos intelectua­les no podían ser encuadrado­s ni en el bando de los fascistas ni en el de los revolucion­arios

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BRANGULÍ
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