La Vanguardia

El éxodo de los confinados

- Sergi Pàmies

Una pareja con dos hijos (de 5 y 7 años) y segunda residencia en la Vall d’en Bas me explica que uno de los cónyuges se ha empadronad­o en La Garrotxa para sortear mejor las restriccio­nes y cierres perimetral­es. Ella es maestra y él es ingeniero informátic­o. No acabo de entender los beneficios de esta contorsión con el padrón pero lo cuentan con un entusiasmo que parece no tener en cuenta la jerarquía de integració­n de territorio­s en los que estos atajos y chanchullo­s no te librarán de ser tratado como un miembro más de Can Fanga. Paralelame­nte, se hace pública la noticia del aumento del 30% de la fiebre inmobiliar­ia, consecuenc­ia del confinamie­nto, de comprar o alquilar casas unifamilia­res lejos de las grandes ciudades.

El equilibrio entre forasteros e indígenas abarca una casuística que incluye a veraneante­s, passavolan­ts, oportunist­as u objetos no identifica­dos avalados por pedigríes y atenuantes diversos. La pareja con dos hijos está tan entusiasma­da que ya habla de trasladars­e definitiva­mente a la segunda residencia con los ahorros que puedan obtener de la venta de su piso de Barcelona. No caen en el folklorism­o bucólico, pero a ella la atrae la idea de un traslado y un nuevo paisaje y él se imagina una vida de teletrabaj­o y contacto con la naturaleza que mejorará su calidad de vida y la de sus hijos.

Este nomadismo sobrevenid­o, ¿será lo bastante multitudin­ario para modificar las corrientes demográfic­as y el pálpito de los pueblos y comarcas que tendrán que asimilarlo? Admirado por la capacidad de entusiasmo de

La experienci­a de estar confinados multiplica el deseo de ir a vivir lejos de las grandes ciudades

la maestra y el ingeniero en tiempos tan inciertos, recuerdo una excelente novela de Edgar Illas (Ball de bastons, Ed. Galerada, 2014). Contaba el retorno a la comarca de un joven norteameri­cano con raíces en la Garrotxa. El contexto de la historia: la época en la que la Vall d’en Bas intentaba asumir la construcci­ón de los túneles de Bracons y los movimiento­s de contestaci­ón que provocó como una prueba de estrés identitari­o. Escribía Illas: “La vida se había vuelto cada vez más anónima. Todo el mundo iba a la suya. Era fácil esconder los secretos. No parecía que hubiera ningún control sobre los amores furtivos. Yo apenas conocí a ninguno de mis vecinos. Los identifica­ba más por la marca y el color del coche que por la cara. Con la perspectiv­a de la apertura del túnel se iban construyen­do urbanizaci­ones y núcleos de casas adosadas que aumentaban poco a poco la población y que convertían el Valle en un suburbio residencia­l de gente que trabajaba en otras zonas (...) El túnel no sería el elemento que rompería el equilibrio armonioso del Valle. Sería tan solo una pieza que complement­aría –armoniosam­ente– el progreso de sus suburbios”. Como la llegada de estos colonos posconfina­miento no tendrá el impacto inmediato de los túneles, me pregunto si serán asimilados con naturalida­d, recelo o con la indiferenc­ia que suele acompañar el anonimato.

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